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Actualizado: 2 de junio de 2025


»¿Y qué dirá usted a Dios cuando comparezca en su presencia? replicó Teobaldo con voz solemne. ¿Si ha acusado usted y herido al inocente; si ha legado el oprobio y la infamia a su esposa, que nunca fue culpable? »En vano espera usted engañarme dijo el moribundo. »Yo, ministro del altar, digo la verdad; la digo delante de este lecho de muerte y delante de Dios que me escucha.

, y dije: buen mozo, con barba corta y bigote largo, bien plantao, mu fino... en fin, usted. Gracias, prenda. Pues mañana tienes que venir aquí para que te otra carta. Mire usted que me despiden. Calla, y escucha. Te daré la carta y la dejas sobre un mueble donde ella la vea, Si riñe, hemos concluido, y pensaremos otra cosa: si calla, ya sabemos a qué atenernos.

Si, tienes razón, Magdalena, pues a mi se me figura que hoy empiezo a vivir y que ahora es cuando empiezo a quererte. Esta noche con sus armonías despierta en mi corazón ciertas fibras que hasta hoy estaban aletargadas. Si alguna vez he dicho que te amaba hazte cuenta que mentía o al menos no lo dije como debía decírtelo, como te lo diré ahora. Escucha, Magdalena: ¡te amo! ¡te amo!

¡Cuánta serenidad, pues, en menos de un año, para ocuparse en apuros de la patria hasta de los más pequeños dimes y diretes! ¡Cuánta conversación! Temístocles le decía a su general: ¡Pega, pero escucha!

El pianista palideció, mirando con espanto á Lubimoff. Su gesto fué igual al del que habla en voz alta creyéndose á solas, y nota repentinamente que alguien le escucha. Quedó confuso y balbuceando: No ... ¡la gente dice tantas mentiras!... ¡Cosas de mujeres! Lubimoff sintió una confusión igual al darse cuenta de que hasta Spadoni se había ocupado con regocijo de su aventura.

Los pétalos delicados lo acarician y besan sus párpados y sus labios. De pronto presta oído. Del suelo sube el rumor de una risa apenas perceptible, como si llegase del centro de la tierra; una risa leve como el ala del viento rozando la hierba... ¡pero tan alegre, de tan loca alegría!... Escucha un instante y espera oírla por segunda vez; pero todo queda en silencio.

Al noveno compás se acaba la primera parte y hay una pequeña pausa, en la cual sólo se escucha el leve sonido de la guitarra.

No se asustarán poco las Madres cuando me lo oigan decir. Pero ya Dios no quiere que yo sea monja. No lo serás, no; y cuando yo vuelva de la guerra... ¿Pero vas a la guerra? Chiquillo, ¿quién te ha metido a ti en guerras? ¿Pues qué he de hacer? ¿Quieres que toda la vida sea criado? Escucha, Inés, lo que me pasó hace días en casa de la Sra. Condesa.

¡Ah! respondió es usted demasiado niño si creyó abusar de una mujer que tenía la locura de amarle. Leo claramente sus maniobras, créame. Por otra parte, quién es usted... No estaba lejos cuando la señorita de Porhoet transmitió á la señora de Laroque vuestra política confidencia... ¡Cómo! ¿Usted escucha á las puertas, señorita?

Los franceses, que gritan entre ellos, incurriendo en las mayores exageraciones, sin darse cuenta de que hay quien les escucha al otro lado de las puertas, habían repetido durante muchos años que Francia estaba en plena descomposición y marchaba á la muerte. ¡Por qué se indignaban luego ante el menosprecio de los enemigos!... ¡Cómo no habían de participar éstos de sus creencias!...

Palabra del Dia

deshice

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