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Actualizado: 20 de junio de 2025


Salvo raras excepciones, todos los cuadros eran arrojados por las ventanas, formándose con ellos una gran hoguera. Los alumnos de Bellas Artes, por orden del dictador, habían de saltarla en señal de alegría por la desaparición de tanto mamarracho. Después, con su escolta de implacables ejecutores, se llegaba al Museo del Prado. Llamada y tropa al personal y discurso que ponía los pelos de punta.

Ojeda lo reconoció, recordando la fotografía entrevista una vez: era míster Power. Acababa de detenerse el buque, bajando su escala para recibir a los empleados del puerto encargados de revisar sus papeles. Aparecieron en las cubiertas varios marineros mulatos o blancos, pero todos por igual de obscura tez y extremadamente enjutos de carnes. Eran la escolta de los funcionarios del puerto.

En Tung-Chou quedé sorprendido al ver la escolta de cosacos que mandaba a mi encuentro el viejo general Camilloff, heróico oficial de las campañas del Asia Central, y entonces embajador de Rusia en Pekín. Me habían recomendado a él como un sér precioso y raro.

Me figuro continuó, que cuando José anuncie a la escolta la partida del Rey, la atribuirán a que nos temíamos una mala pasada. Desde luego juraría que Miguel el Negro no espera ver hoy al Rey en Estrelsau. Me puse el casco y Sarto me entregó la regia espada, mirándome prolongada y cuidadosamente. ¡Gracias a Dios que el Rey se afeitó la barba! exclamó. ¿Por qué lo hizo? pregunté.

El oficial que los mandaba se llamaba don José Campon, capitan del primer escuadron de Tiradores de la Libertad que era la Escolta del Presidente General en Gefe.

El caballo saltaba al recibir los golpes del doctor, y los hombres de la escolta seguían a duras penas el trineo. Durante largo tiempo oyéronse los tumultos y clamores del combate, las descargas y el silbido de las balas que segaban la maleza; pero todo esto fue diminuyendo cada vez más, y al llegar a la parte baja del sendero, todo desapareció como si fuese un sueño.

Guardó otra vez el lindo reloj esqueleto con cifras grabadas en ambos cristales, y volviendo los ojuelos a Lucía, añadió: Lo siento por usted; por usted, señora; ahora soy yo su escolta.... Lo mejor es que se venga usted conmigo; aquí tengo a mi hermana, a mi hermana, y las pondré a ustedes juntas.... No está.... No está bien una señora así, sola en una fonda....

Pero ya misia Casilda había cogido la lámpara, y dijo que iría al cuarto, a ver... Quizá, el joven había vuelto y no lo sabían; la señora delante, alumbrando, don Pablo detrás, y la india de escolta, subieron la escalerilla, defendiéndose del viento huracanado, que quería matar la luz.

La escolta entre la cual va como preso, aunque satisfecho el menguado, no obedece mas voluntad que la del déspota Almanzor, y cuando le haya dejado solazarse unas cuantas horas entre los arrayanes y cipreses de la quinta regia, adonde ahora le conduce, volverá á depositarlo en su alcázar, como se deposita en su joyero una rica insignia de que se ha hecho el uso oportuno en una pública ceremonia.

Con este seguro desembarcó todos los que quisieron ir al Castillo donde Fernan Jimenez habia retirado. Dieronles cincuenta carros, y con doscientos caballos de Turcos y Turcoples de escolta, y cincuenta Cristianos les enviaron al Castillo. A los que no quisieron quedarse, ni con Rocafort ni con Fernan Jimenez, se les dieron barcas armadas hasta Negroponte.

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