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Actualizado: 20 de junio de 2025


Ella era la alegría del buque; la mujer más hermosa e interesante: estaba dispuesto a declararlo en verso. Pero ¿cómo acercarse viéndola secuestrada por sus adoradores, defendida por aquella escolta feroz, que a su vez parecía fraccionada y enemistada por los celos?

La escolta de la novia, mucho más numerosa, parecía poblado hormiguero: viejas y mozas llevaban el sacramental traje de negra lana, que viene a ser como uniforme de ceremonia para la mujer de clase inferior, no exenta, sin embargo, de ribetes señoriles: que el pueblo conserva aun el privilegio de vestirse de alegres colores en las circunstancias regocijadas y festivas.

El cielo tomaba sobre sus cabezas una penumbra lívida de ocaso. Monstruos horribles y disformes aleteaban en espiral sobre la furiosa razzia, como una escolta repugnante. La pobre humanidad, loca de miedo, huía en todas direcciones al escuchar el galope de la Peste, la Guerra, el Hambre y la Muerte.

Confuso y abatido, con los ojos terriblemente inyectados y la faz amoratada, que daba miedo, se retiró al fin a su casa, después de pasar todo el día en la del municipio. Ni un rey a quien despojasen de la corona, sentiría golpe tan tremendo. Llegó a su domicilio sin escolta, como el más ínfimo particular.

Cuando éste, conteniendo la nerviosidad de su caballo, que se encabritaba al husmear la proximidad del coloso, pudo colocarse al fin junto á los enormes pies, Ra-Ra le habló desde arriba en el idioma del país. El Hombre-Montaña deseaba hacer alto, empleando como asiento uno de los pabellones bajos de la Universidad. La escolta, podía descansar igualmente durante una hora echando pie á tierra.

Rafaelito habíase disfrazado de clown, y con otros de su calaña ocupaba un carro de mudanzas, sobre cuya cubierta hacían diabluras y saludaban con palabras groseras a todas las muchachas que estaban a tiro de sus voces aflautadas. ¡Vaya unos chicos graciosos! El carruaje de doña Manuela llevaba escolta.

Ya estaba fatigado de pasear siempre por sus jardines, que le parecían estrechos y monótonos. Además, la sobrina de Lewis, abusando de su autorización, llegaba cada tarde con una escolta de ingleses heridos, siempre diferentes.

El jefe de la escolta llevaba realizados algunos viajes y era el único que se daba cuenta exacta de la retirada. Cada vez hacía el tren un trayecto menor. Todos parecían desorientados. ¿Por qué la retirada?... El ejército había sufrido reveses indudablemente, pero estaba entero, y según su opinión debía buscar el desquite en los mismos lugares.

Emprendió la marcha la arrogante tabernera, y Manolo le dió escolta á respetable distancia hasta la citada esquina. Allí se detuvo. Soledad, sin volverse, levantó el brazo é hizo un gracioso saludo de despedida. Uceda permaneció inmóvil hasta que la perdió de vista. Después, lentamente, sofocado por mil pensamientos melancólicos, hizo rumbo hacia la Cervecería inglesa. Disputa.

De tarde en tarde sonaban cañonazos. La escolta del convoy tiraba y tiraba, yendo de un lado á otro con ágiles evoluciones. El enemigo había huído, como los lobos ante el aullar de los perros vigilantes. En otras ocasiones era una falsa alarma, y los cañones herían con sus latigazos de acero el agua desierta.

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