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Actualizado: 21 de julio de 2025


A se me figura que colocando en distintos parajes de ella unos cuantos focos de luz eléctrica que el oficial de guardia pudiese encender con sólo apretar un botón, se podría evitar muy bien el peligro de una sorpresa; y si al mismo tiempo se colgasen una buena cantidad de campanas poderosas, movidas igualmente por la electricidad, que produjesen alarma instantánea en la población y despertasen a los obreros, que por lo común viven cerca... Martita, ¿qué tienes? exclamó de improviso cortando el hilo del discurso.

Las luces vendrían de donde no se viesen, ya en el jardín, ya en la casa; y estaba en camino Mr. Sherman, el americano de la luz eléctrica, para que la hubiese bien viva y abundante: los globos se esconderían entre cestos de rosas. De jazmines, margaritas y lirios iban a vestirle a Ana, sin que ella lo supiese, el sillón en que debía sentarse en la fiesta.

Esta palabra, pronunciada a media voz, produjo en le Tas como una conmoción eléctrica. Se levantó como una fiera y mirando fijamente al doctor, le dijo: ¡Suicidio! Demasiado sabe usted que no era capaz de suicidarse. ¡Pobre ángel! ¡Tan hermosa y tan feliz que era! ¡Hubiera vivido cien años si no la hubiesen asesinado! Además, ¿es que ese viejo no estaba ahí?

Frente a ella, violentamente iluminado por el resplandor de una lámpara eléctrica se hallaba Juan. Pálido y extraordinariamente enflaquecido, parecía contemplar con pasión algo que estaba sobre el muro y que ella no veía. Tuvo que sofocar un grito de sorpresa; tan cambiado lo encontraba. ¿Qué miraría con aquellos ojos extasiados?

La mirada clara y tranquila de Cecilia le hizo el mismo efecto que una corriente eléctrica. Volvióse a doña Paula, y el rostro de ésta se hallaba fuertemente fruncido con expresión severa y dolorosa. Venturita miraba hacia los balcones con afectada indiferencia. Al fin se sentó todo convulso.

A la noche siguiente, antes de las nueve, mientras Reginaldo y yo estábamos tomando el café y conversando en nuestro confortable comedorcito de la calle Great Russell, Glave, nuestro sirviente llamó a la puerta, entró y me entregó una tarjeta. Salté de mi asiento, como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Esto que es gracioso, viejo grité, volviéndome a mi amigo.

Se dió cuenta de que estaba sentado en un sillón, con las piernas extendidas. Luego se incorporó, soltando el brazo de madera, que dejó oir un nuevo quejido de quebrantamiento al verse libre de la desesperada opresión. Rápidamente fué reconociendo el verdadero aspecto de todo lo que le rodeaba. El sol rojo no era mas que una lámpara eléctrica de las que alumbran el puente de paseo de un paquebote.

Yo sentí un vivo escalofrío, un fuerte estremecimiento, como si hubiera tocado en el botón de una máquina eléctrica. Aquella nota se fue apagando, hasta que murió en su garganta como un blando suspiro. Luego cantó rápidamente y con brío los dos primeros versos de la copla y guardó silencio. ¡Olé, mi niña! ¡Bueno! ¡Viva tu salero! gritaron algunas voces.

Así, si se cortaba la corriente eléctrica, no había peligro de que los clientes sintiesen la tentación de apropiarse el dinero de la banca. De tarde en tarde sonaba una campanilla, agitada discretamente por uno de los empleados de levita negra que dirigían el juego. Una ficha, una moneda ó un billete había caído bajo de la mesa.

A cada paso, la marcha se hacía más difícil; pero en los momentos en que el vapor de agua, los torbellinos de espuma y los cambiantes prismáticos, sucediéndose con una rapidez eléctrica, no nos enceguecían, el cuadro que teníamos por delante, el reventar de la mole inmensa contra la roca, el torbellino níveo que se levantaba, el fragor de ese trueno constante, eran compensaciones más que suficientes a las angustias de la marcha.

Palabra del Dia

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