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Al ver su encantadora figura, de formas elegantes y redondeadas, sus ojos animados, sus mejillas frescas adornadas de un par de hoyos como dos nidos de amor, sus labios de cereza, una verdadera rosa, en fin, de carne y hueso, recobró de pronto todo el aplomo y dijo con voz segura: Me alegro de que venga Carlota y escuche lo que le voy a decir... Carlota se acercó.

Se puso el doctor como una cereza.... Miró a Visita con torvo ceño y echándose a adivinar exclamó con enojo: ¡Estamos mal!... Aquí se ha hablado mucho.... Me la han aturdido, ¿verdad? ¡Como si lo viera... mucha gente, de fijo... mucha conversación!... Entonces fue Visita quien sintió encendido el rostro. Somoza había adivinado. No sabía medicina, pero sabía con quién trataba.

Los de agora no son autos, sino autillos contestó el espadero, agregando en seguida con melancólico semblante: ¡Ah cuán poco vividoras, señor hidalgo, las glorias de este mundo! Apenas vase poniendo la cereza escura y mollar como conviene, cata ahí el gusanillo.

El don Fermín, que ya tenía las mejillas algo encendidas por culpa de las libaciones más frecuentes que de costumbre, se puso como una cereza cuando vio a la Regenta mirarle cara a cara y decir con verdadera pena: Oh, por Dios, no sea usted así, mire que nos da a todos un disgusto; acompáñenos usted, señor Magistral....

MIL HOJAS. Se hace un hojaldre fino, se extiende con el rollo y con un frutero grande de cristal se cortan unas cuantas circunferencias iguales, y en unas latas se meten al horno por separado; una vez doradas se dejan enfriar y se coloca una capa, que se rellena con pasta de ciruela, cereza, grosella, albaricoque, o lo que más guste; se pone otra capa y se rellena de crema, otra de fruta, otra de Chantilly, y así sucesivamente, se rodea de merengue y se cubre con una mermelada con frutas confitadas.

Andrés parecía escuchar atentamente, pegado a las faldas de la zagala. Lo que hacía en realidad era contemplar con deleite sus labios, que semejaban hechos de carne de cereza, sus mejillas, que tenían el lustre de la manzana, sus ojos negros, donde brillaba el sol de la primavera. Sentía, al cabo de un rato, el mismo adormecimiento suave y feliz que le embargaba, cuando niño, escuchando los cuentos que le refería la costurera de su casa. Ahora se mezclaba con una embriaguez voluptuosa, que suspendía su pensamiento, le columpiaba en los espacios y le disponía a las efusiones tiernas, a los goces inefables, a los sueños de color de rosa. El monótono rumor de la acequia y el traqueteo suave y constante del piso trabajaban también por arrobarle. Rosa concluía su cuento.

La condesa iba ceñida por un riquísimo abrigo forrado de pieles, y ocultaba su rostro, encarnado como una cereza por el fresco de la mañana, debajo de enorme y caprichoso sombrero de paja. Pedro, en traje de cazador, marchaba llevando sobre el hombro una carabina de dos cañones y la de su señora, que era un primoroso juguete encargado exprofeso por el conde á Inglaterra.

Se veía el disco de color de cereza, detrás de las ramas del olivar, como al través de una celosía negra. Sus últimos rayos, a ras de tierra, coloreaban con un resplandor anaranjado la columnata de troncos de los olivos, las marañas de plantas de la tierra, las curvas del cuerpo de la moza tendido en el suelo. La punzante película de las chumberas erizábase como una epidermis luminosa.

Si él se había puesto antes encendido, y enseguida muy pálido, al salir a las tablas Serafina, ahora Emma era la que tomaba el color de una cereza; y clavaba los gemelos en un personaje que acababa de llegar de tierra de moros, vencedor como él solo, y que se encontraba con que la Reina le había casado a la novia con un rey de Francia para no tener rival a la vista.

La primera vez que volví a encontrarle, cuando íbamos a sentarnos a la mesa, me preguntó en tono frívolo y burlón: ¿Qué tal la monjita? ¿Qué monjita? pregunté a mi vez secamente, presto a irritarme. ¿Pues cuál ha de ser? Esa chatilla de los ojos negros que le trae a usted dislocado. ¿Que me trae a dislocado? repetí, poniéndome como una cereza.