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Ahora estoy de otro humor y se la envío, en la inteligencia de que la carta tendrá cola, ó mejor dicho, será como cereza en la que se enredan otras por el cabo y la siguen. A esta carta seguirán otras dos. Si á pesar de la inevitable condición que pongo no teme usted que yo peque de prolijo, inserte mi carta en su apreciable periódico y crea que se lo agradeceré.

No era una estrella lo que se abría en la tierra refractaria: era una gran hostia de fuego, un sol de color de cereza, con ondulaciones verdes, que abrasaba los ojos hasta cegarlos. El hierro descendía por la canal, esparciéndose en espesa ondulación en las cuadrículas del suelo. Aresti creyó morir de asfixia.

Lo que yo pido para mi hijo exclamaba es que le gusten las artes y encuentre una mujer como . ¡Entonces vale la pena el haber nacido! El pequeño Mario tenía ya cerca de cuatro años. Era un niño fresco, sonrosado, con grandes ojos suaves y límpidos y una boca de cereza plegada siempre por sonrisa angelical.

Un pajarito que juguetea entre las matas viene á apoyarse en la enredadera, junto á la mano de la dama, y como al ver la yema del dedo gordo crea que es una cereza, la pica. La joven da un grito, y en el mismo momento el pajarillo se salva asustado, remonta el vuelo, y va á posarse en la buhardilla de enfrente. La dama alza la vista siguiendo al diminuto volátil, y ve... ¿á quién creeréis que ve?

Creyó que estaba soñando: de tal modo se pintó el espanto en sus ojos, que Maximina se detuvo en medio del gabinete. ¡Vamos, necio, no pongas esa cara, que la asustas! exclamó Julita. Brilló entonces una chispa de gozo en los ojos del joven. Maximina, más roja que una cereza, avanzó unos pasos más y le preguntó con voz temblorosa: ¿Cómo se encuentra V., Miguel?

Un mirlo de corazón osado saltó de la higuera más próxima á la baranda del corredor, miró descaradamente á la niña ladeando repetidas veces la cabeza, tuvo manifiestas intenciones de dar un picotazo en sus mejillas pensando con razón que eran más frescas y más dulces que la cereza que acababa de comerse. ¡Pero Demetria le clavó una mirada tan severa!

Entonces la niña, con una fuerza que sorprendió a Miguel, le rechazó haciéndole tambalear. Adolfo volvió a la carga riendo groseramente. ¡Adolfo, que llamo a mi tía! gritó Maximina, roja como una cereza y saltándosele las lágrimas, y otra vez le rechazó con brío. Eso no se hace, chico dijo Miguel queriendo intervenir.

Esperancita se puso como una cereza bajo la penetrante mirada del joven. Lo mismo concluyó por decir con frialdad . Todos son buenos amigos. ¿Va usted hoy a casa de mi cuñada? dijo Mariana sin advertir lo que pasaba. Iremos Ramón y yo: ¿no es sábado hoy? ¿Y ustedes? Yo no tengo gana de recepción. Hace unos días que me encuentro un poco molesta de la garganta. No digas que estás enferma, mamá.

El excusador se puso rojo como una cereza y guardó silencio. No volvió a tener más confidencias con él sobre este punto.

DULCE DE CEREZA. Se pesa kilo y medio de azúcar por kilo de fruta; se quitan a las cerezas huesos y tallos y se tienen cuatro horas en agua fría; después se meten en agua hirviendo y se dejan cinco minutos hervir, volviéndolas al agua fría otras cuatro horas, cambiando todas las horas el agua.