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Actualizado: 20 de junio de 2025


El anciano, después de tragarse la mitad de la atmósfera del cuarto, hizo signos afirmativos, arqueando las cejas y sonriendo como hombre conocedor de las debilidades de sus semejantes. «La última vez que le dejaron cesante, nos vimos tan mal, tan mal, que no se podía esperar a que le colocaran.

»El poeta dijo entonces: «Mucho mayor alboroto fuera, si yo acabara aquella comedia de que tiene V. en prenda dos jornadas por lo que le debo, que la llamo Las tinieblas de Palestina, donde es fuerza que se rompa el velo del templo en la tercera jornada, y se obscurezca el sol y la luna, y se den unas piedras con otras, y se venga abajo la fábrica celestial con truenos y relámpagos, cometas y exhalaciones, en sentimiento de su Hacedor, que por faltarme dos nombres que he de poner á los sayones, no la he acabado.» «Ahí me dirá V., señor huésped, ¿qué fuera ello?» «Váyase, dijo el mesonerazo, á acabarla al Calvario, aunque no faltará en cualquiera parte que la escriba ó la represente quien la crucifique á silbos, legumbre y desperdicio.» «Antes resucitan con mis comedias los autores, dijo el poeta: y para que conozcan todos Vds. esta verdad y admiren el estilo que llevan todas las que yo escribo, ya que se han levantado á tan buen tiempo, quiero leerles ésta.» «Y diciendo y haciendo tomó en la mano una rima de vueltas de cartas viejas, cuyo bulto se encaminaba más á pleito de tenuta que á comedia, y arqueando las cejas y deshollinándose los bigotes, dijo leyendo el título de esta suerteTragedia troyana, Astucia de Simón, Caballo griego, Amantes adúlteros y Reyes endemoniados.

Era Karl, que había abandonado el gimnasio y se mantenía de pie entre los dos, mirando a uno y a otro sin entender lo que hablaban. En su atenta inmovilidad notábase una expresión de niño viejo, un fruncimiento de cejas de persona mayor que sospecha y reflexiona. Su frente saliente, de testarudo, parecía hincharse y latir.

Sus compañeros, al ver su traje, procuraban alejarse, y su catedrático, un guapo dominico, nunca le dirigió una pregunta y, cada vez que le veía, fruncía las cejas.

Un corchete venía por delante meneando hacia uno y otro lado la humosa y enrejada linterna. Aquella luz alumbraba con crudeza los semblantes de los ministros. Ramiro reconoció al alguacil Pedro Ronco por la facha imponente. Las cejas y el mostacho parecían trazados con un tizón sobre su tez color sebo. El ruido autoritario de los pies y las espadas fuese alejando.

No hace frío ninguno... Luego se va viendo toda la costa: la mar está como una seda... Cuando se levante el piloto, le pediremos que toque la guitarra... ¡Ya verá V., ya verá qué bien la maneja! Pero en medio de su discurso se detenía, mirando a la proa, fruncía las cejas, se inclinaba sobre la barandilla, siempre con las manos en los bolsillos, y gritaba: ¡Babor!

A fin de tener esta satisfacción honrosa, y tal vez para ganar algunos reales, porque se jugaba a diez por cada cien tantos, y él ganaba casi siempre, se violentaba el médico hasta el extremo de afeitarse un día y otro no, y dejar en la antesala la capa y el sombrero, sin entrar con la capa sobre los hombros, cuando no embozado y con el sombrero encasquetado hasta las cejas, según solía entrar en las demás casas donde iba de visita. ¡Tan profundo era el respeto que doña Inés le inspiraba!

Simón inclinó la cabeza, se mordió los labios y frunció duramente las cejas. Miguelina comprendió que comenzaba a dudar y adivinó al mismo tiempo, por la contracción dolorosa de su rostro, que sufría el muchacho cruelmente. Entonces le atrajo hacia , le tomó la cabeza entre las manos y le besó con profunda ternura en la frente... ¡Pobre hijo mío! agregó.

Y en esto miraba al balcón de su suegra, echando todo el desaliñado busto fuera de la balaustrada. Tremontorio no hacía más que contemplarla por debajo de sus cejas grises, pero, ¡qué celajes de su mirada!

Era el desconocido hombre de mediana estatura, vigoroso y bien plantado; moreno el rostro, afeitado cuidadosamente, y acentuadas y un tanto rudas las facciones, desfiguradas en parte por tremenda cicatriz que cruzaba la mejilla izquierda, desde la nariz hasta el cuello. Vivos los ojos, con expresión de amenaza en su brillo y en la contracción habitual de las cejas.

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