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Actualizado: 20 de junio de 2025


Era don Recaredo hombre que pasaba ya de los sesenta; alto, musculoso, de rostro atezado, medio cubierto por una barba muy cerrada y fuerte, pero casi blanca, o más bien amarillenta; el pelo, que conservaba tan espeso como en su juventud, era mucho más blanco que la barba, así como las pestañas y las cejas.

La mayor, que es la más estirada, levantó las cejas, y mirándome como con lástima, y echando aquella voz tan fina, pero tan fina que parece que se la han hecho las arañas, fue y me dijo, dice: ¿Pero ese señor, no se casa con usted?. Por poco suelto el trapo... Yo le contesté 'puede' y siguió con el sermón.

Mas, con todo esto, he caído, Sancho, en una cosa, y es que me pintaste mal su hermosura, porque, si mal no me acuerdo, dijiste que tenía los ojos de perlas, y los ojos que parecen de perlas antes son de besugo que de dama; y, a lo que yo creo, los de Dulcinea deben ser de verdes esmeraldas, rasgados, con dos celestiales arcos que les sirven de cejas; y esas perlas quítalas de los ojos y pásalas a los dientes, que sin duda te trocaste, Sancho, tomando los ojos por los dientes.

Mañana temprano, tío; deseo sorprender al cura. ¡Ah! me quedaré a dormir en la casa parroquial. Bueno. Te mandaré el coche a C *, de aquí dos días. Trata, pues, de hallarte allí de vuelta, pasado mañana a las tres. Y me miró atentamente por bajo de sus espesas cejas, restregándose la barba con aire preocupado. ¿Estás enferma, Reina? No, tío.

La frente ancha y baja, las despejadas sienes, los cabellos cortos y rizados que avanzaban en punta hasta cerca de las cejas, la nariz recta y larga, el mentón prolongado, y, sobre todo, la expresión tranquila de sus ojos obscuros hubieran inducido a creer que pertenecía a la familia de los rumiantes más bien que a la de las fieras; pero hubiese sido aventurado fiarse de las apariencias.

Esta vestimenta sucia y mísera completábala con un chaqué de largos faldones y un sombrero abollado, deforme, rematado en punta como guerrero casco. Era viejo, con cierta malicia sacerdotal en el rostro afeitado y los ojillos verdosos cobijados bajo unas cejas grises y abultadas. La parte de sus mejillas acariciada por la rasura era lo único limpio de la cara.

La cara redondita y pálida, la nariz algo corta, pero con unos ojos hermosos, cobijados por las grandes cejas, que, pobladas de sobra, tendían a juntarse, formando una sola línea.

Se valorizó todo de un modo loco, y dos y dos fueron ocho, dos y dos son doce, y a lo mejor se levanta uno de la cama, y sin más trabajo que haber estado durmiendo se encuentra al despertar con que dos y dos hacen veintidós... ¡Qué país, mi amigo! Maltrana le escuchaba enarcando las cejas con sincero asombro, como si esta paradoja del doctor le librase el gran secreto del país adonde él iba.

Y lanzando en torno una mirada escrutadora, que brillaba entre sus cejas como el sol entre nubarrones, añadió: Todos tenemos aquí los mismos intereses, y se puede hablar claro... De ser cierto lo que Isabel dice, el tal nombramiento traerá cola... Lo de la abdicación es exacto, pero fue un olvido; yo estaba allí también, y me lo contó Pepe Cerneta, y la misma señora me lo repitió, lamentándose de ello... Por eso, cuando noté que Currita se había resentido, escribí yo mismo a la reina, aconsejándola que la desagraviara...

Sonriose la maestra y le dejó liar un puro, lo cual ejecutó con bastante soltura; pero al presentarlo acabado, la maestra lo tomó y oprimió entre el pulgar y el índice, desfigurándose el cigarro al punto. Lo que es saber, como lo material de saber, sabrás... dijo alzando las cejas . Pero si no despabilas más los dedos... y si no le das más hechurita.... Que así, parece un espanta-pájaros.

Palabra del Dia

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