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Actualizado: 20 de junio de 2025


Sus cejas oblicuas y su cutis obscuro se armonizan poco con su ángulo facial, abierto y europeo. Es, como muchos de nuestra América, el resultado de tres orígenes: indio, africano y español. Sus amigos le tenían en alto concepto, hablando de él con admiración y miedo. ¡Un hombre de cuidado!... No conviene tenerlo de enemigo. ¡Sabe mucho!...

Es el célebre gobernador de Pangasinan, un buen hombre que pierde el apetito cuando algun indio deja de saludarle... A poco más se muere si no suelta el bando de los saludos á que debe su celebridad. ¡Pobre señor! hace tres días que ha venido de la provincia y ¡cuánto ha enflaquecido! ¡oh! aquí al grande hombre, al insigne, ¡abre tus ojos! ¿Quién? ¿Ese de las cejas fruncidas?

Caíale muy en gracia al Lugar el nombre de Satán en las coplas y el tratar luego de si cayó del cielo y tal. En fin, mi Comedia se hizo y pareció muy bien. No daba manos á trabajar, porque acudían á enamorados, unos por coplas de cejas y otros de ojos, cuál de manos y cuál romancicos para cabellos.

¡Y para el favor que me están haciendo a esos señores que predican la libertá! ¡Dicen que van a echar a todas las monjas a la calle y a no dejar convento con convento! Amparo retrocedió tres pasos, se puso en jarras, enarcó las cejas, y después se persignó media docena de veces, con extraña prontitud.

Reparó el capellán que estas palabras suyas produjeron singular efecto en el marqués. Se contrajo su fisonomía: sus cejas se fruncieron, y arrancándole a Julián el chiquillo, con brusco movimiento le sentó en sus rodillas, palpándole las manos, a ver si las tenía mordidas o lastimadas. Seguro ya de que sólo el chaquetón había padecido, soltó la risa.

No entendía lo que le decían los camaradas, y con el rostro intensamente pálido, frunciendo las cejas como para concentrar su atención, balbuceaba sin saber lo que decía: ¡Fuera too er mundo! ¡Ejarme solo! Mientras tanto, en su pensamiento seguía cantando el terror: «¡Hoy mueres! ¡Hoy es tu última cogidaEl público adivinaba los pensamientos del espada en sus desacompasados movimientos.

¡Ah! gimió la hostelera, frunciendo las cejas y moviendo la cabeza. ¿Por qué se habrá metido en ese malhadado asunto? De él nos viene todo el mal, y seguramente no hemos llegado al fin todavía. Tenga paciencia. Todo se arreglará. Veré al señor Simón, y si es razonable... La señora Miguelina le interrumpió precipitadamente: No, no le vea usted otra vez. ¡Ya es demasiado que se encontraran ayer!...

Al decir estas palabras, le embargó la emoción, se le anudó la voz en la garganta y rompió a sollozar fuertemente. Lolita se la quedó mirando un buen rato, con ojos coléricos, el semblante pálido y las cejas fruncidas; por último se levantó repentinamente y fue a reunirse con sus amigas que estaban algo apartadas formando un grupo.

Sus ojos grises, medio velados, miraban fijamente a lo lejos, y una arruga de inquietud le juntaba sin cesar las cejas. Era que sabía que tendría todavía mucho que hacer antes de poder llevarse a su novia a su casa; largas horas de luchas penosas lo esperaban, y la victoria misma no le llevaría más que inquietudes y tormentos.

En la turbación en que aquella escena la había dejado, no se daba cuenta ella misma de sus lágrimas. El sonido del timbre en el vestíbulo hízola repentinamente contraer sus cejas; algunos momentos después la puerta se abrió para dar paso al señor de Monthélin. He sabido por el señor de Maurescamp que no salíais hoy y me he atrevido... Sois muy amable... Acercaos al fuego, pues.

Palabra del Dia

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