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Actualizado: 20 de mayo de 2025


Después, se puso derecho, y mirando alrededor, con las cejas fruncidas y en tono sentencioso, dijo: Ya están todos despachados; los cañones son nuestros.

Aquí dio un gran suspiro don Quijote, y dijo: -Yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga gusta, o no, de que el mundo sepa que yo la sirvo; sólo decir, respondiendo a lo que con tanto comedimiento se me pide, que su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad, por lo menos, ha de ser de princesa, pues es reina y señora mía; su hermosura, sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que sólo la discreta consideración puede encarecerlas, y no compararlas.

Esa noche, cuando nos acostábamos, oímos que Inés decía a mamá: ¡Qué extraño!... Tengo las cejas hinchadas. Mamá examinó seguramente las cejas de tía, pues después de un rato contestó: Es cierto... ¿No sientes nada? No... sueño.

A no ser que se haya muerto, lo que sería una lástima. Doña Sol seguía con interés este relato. ¡Una figura original el tal Plumitas! Se había equivocado al creerle un conejo. El bandido callaba, frunciendo las cejas, como si temiera haber dicho demasiado y quisiera evitar una nueva expansión de confianza.

No, no es eso... Usted me ha mirado demasiado antes para que yo no sepa... Quería decirle esto: ¿No se acuerda Vd. de haberme dicho algo... dos o tres palabras nada más... la última noche que tuvo fiebre? María Elvira contrajo las cejas un largo instante, y las levantó luego, más altas que lo natural. Me miró atentamente, sacudiendo la cabeza: No, no recuerdo... ¡Ah! me callé. Pasó un rato.

Salió entonces del centro de aquella turba femenina uno que, a no ser por la barba, hubiera podido confundirse con las mujeres. Traía pintadas las cejas de negro, de azul los párpados, a fin de que brillasen más los ojos, y las mejillas cubiertas de colorete.

En cambio, cantaba con un sentimiento capaz de derretir a las piedras, del cual podía juzgarse por los movimientos infinitos de sus cejas y por la expresión de desconsuelo que tomaba su fisonomía así que se hallaba frente al piano. Nadie vio un rostro tan arqueado, estirado y compungido.

Pero ¿de dónde habían sacado las personas que Ángel trataba fuera de allí, que las gentes del «gran mundo» eran unas tales y unas cuales? ¿De dónde lo había sacado su madre, que las tenía siempre entre cejas? A juzgar por lo que iba observando él en aquella muestra, ¿qué mayor llaneza, qué mayor afabilidad en el trato, ni qué mayor sencillez de costumbres?

No se sabe cuántos años habían firmado sobre aquel rostro. Las cejas arqueadas y grandes eran delicadísimas: en otro tiempo tuvieron suave ondulación; pero ya se recogían, se dilataban y contraían como dos culebras.

¡Locuras! ¡Bah! Sería tiempo que acabaran las vuestras. Quisiera convenceros, señor, de que es preciso realmente ponerles término dijo el squire frunciendo las cejas y lanzándole a su hijo una mirada irritada . Vuestras proezas no son tales que me permiten conseguir dinero.

Palabra del Dia

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