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Actualizado: 20 de mayo de 2025
Necesitan vivir bien con la justicia hasta llegar a sus fines, si es que tienen alguno malo entre cejas; y si le tienen, no es de asaltar en despoblado al primer transeúnte que se les ponga a tiro.
Tampoco pudo recordar las personas que habían asistido a la ceremonia; sólo tenía presente la cara del cura, muy viejo y con cejas canosas sobre los ojos pequeños que brillaban inexpresivamente en las órbitas hundidas. Se parecía al sacerdote que la confesara días antes.
¡Amigas!... repitió la diabla frunciendo las cejas . Por más que usted diga, no me puede ver, mayormente ahora que he tenido un hijo y ella no... Y lo que es ahora, ya no lo tiene, está visto... Que no le dé vueltas. Como Ballester se acercara a la puerta de la alcoba cuando oía reír a la santa, esta le dijo: «Entre usted si quiere divertirse, pues esto es una comedia.
El dia 10 salimos al salir el sol: dá el rio vueltas de N á S, todo campo y tales cuales cejas de montes: la sonda de este dia, de tres varas lo menos, y lo mas seis y siete: anduvimos este dia 12 leguas. El 11, salimos al romper el dia, y dá el rio repetidas vueltas de N á S. aunque no muy dilatadas: vuelve á su giro natural que es el naciente.
Levantó ligeramente sus negras cejas, y podría haber jurado que mis palabras lo sobresaltaron; pero, sin embargo, ocultó con el mayor cuidado la sorpresa que le causaron, y me respondió en un tono natural y tranquilo: Así es. Estoy aquí para verlo. Entonces, siento tenerle que decir que no lo volverá a ver nunca más le dije en voz baja y con toda gravedad.
Era siempre el último, a fin de dar a un apetito bastante débil mayores probabilidades, antes de ponerlo a prueba. Hacía casi dos horas que la mesa estaba guarnecida con platos suculentos esperando su llegada. El squire Cass era un sexagenario alto y corpulento. Sus cejas crespas y la mirada bastante dura de sus ojos parecían no estar en armonía con su boca caída y su energía.
Se volvió de nuevo hacia el Jurado, le contempló con una larga mirada, clara y franca, y quedó un instante pensativo, cabizbajo, levantadas ambas manos a la altura del pecho, los ojos entornados, las cejas fruncidas. Los jurados y el público le miraban con interés, esperando algo extraordinario; sólo los jueces, habituados a las maneras oratorias de aquel señor, permanecían indiferentes.
Hullin era un hombre rechoncho y fornido, de ojos grises, labios gruesos, nariz corta, con una hendedura en la punta, y pobladas cejas canosas.
No me daba manos a trabajar, porque acudían a mí enamorados, unos por coplas de cejas y otros de ojos, cuál soneto de manos y cuál romancico para cabellos. Para cada cosa tenía su precio, aunque, como había otras tiendas, porque acudiesen a la mía, hacía barato. ¿Pues villancicos?
Atravesaron la multitud, entraron en el saloncillo y, una vez solos, dijo Mauricio, entregándole una carta: ¡Lea usted! Roussel recorrió vivamente la carta, frunció las cejas y volviendo á tomar toda su gravedad, dijo: ¿Dónde has encontrado esto? En ese cofrecillo. ¿Y quién te le ha entregado? La señorita Guichard; hace un instante. ¿Con la llave? Sí.
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