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Actualizado: 23 de junio de 2025
Una muchedumbre compacta rodeaba la valla y la policía maltesa no bastaba para contener la curiosidad pública. ¡Diablo! dijo el doctor , ¿es que esa señora se habrá matado para jugarnos una mala partida? No la creía tan fuerte como todo eso. El conde se mordía el bigote sin decir nada. Había amado a la señora Chermidy durante tres años y se había creído sinceramente correspondido.
Además, le interesaban muy poco las peleas de aquellos gallos ingleses. En la misma sala estaban sentados departiendo amigablemente los dos notarios de la población, don Víctor Varela y Sanjurjo. El uno era un viejo, pequeño, de ojos saltones, con enorme peluca, tan groseramente fabricada, que parecía de esparto; el otro, un hombre de media edad, pálido, con bigote entrecano y cojo de nacimiento.
Algunas noches, Maximiliano soñaba que tenía su tizona, bigote y uniforme, y hablaba dormido. Despierto deliraba también, figurándose haber crecido una cuarta, tener las piernas derechas y el cuerpo no tan caído para adelante, imaginándose que se le arreglaba la nariz, que le brotaba el pelo y que se le ponía un empaque marcial como el del más pintado. ¡Qué suerte tan negra!
Era D. Pantaleón un hombre que se hallaría entre los sesenta y los sesenta y cinco años; el cabello enteramente blanco y lo mismo el bigote, largo, poblado y caído de puntas: conservaba el cutis fresco, los dientes seguros y cierta firmeza y decisión en los movimientos, que denotaban vigor corporal.
Las palomas ni por un instante soñaron con acercarse a él; ninguna intentó siquiera ponerse sobre la tabla que, a guisa de recibimiento, tenía delante. El día era demasiado espléndido para meterse en casa; un día tibio y claro de primavera en Castilla. Por el ventanillo del palomar, con toda precaución y cuidado, asomó el rostro un hombre; un rostro atezado, varonil, de bigote gris.
Despedí a Juan y sólo entonces di cuenta de mi plan a Tarlein y Sarto. Este último manifestó su desaprobación desde luego. ¿Por qué no espera usted? me preguntó. Porque puede morir el Rey. Y si no muere puede llegar el día de los esponsales. Sarto se mordió el blanco bigote, y Tarlein, poniéndome la mano sobre el hombro, exclamó: Dice usted bien. ¡Probemos! Con usted cuento, Tarlein le dije.
Era Martí de mediana estatura, cabellera negra y abundante que rodeaba una frente amplia y bombeada, ojos negros de mirada dulce y penetrante, tez blanca pálida, como son generalmente los cubanos, bigote negro y crespo y un óvalo perfecto redondeaba su fisonomía armoniosa y vivaz.
El militar es el príncipe Lubimoff: un Lubimoff que parece más fuerte, más sereno y decidido que el del año anterior, á pesar de su brazo artificial. La cabeza tiene las mismas canas de antes, discretamente esparcidas; pero el bigote, al crecer libremente, ha surgido casi blanco. Las patillas del coronel son de la misma tonalidad.
No es feo... exclamó la abuela acercándose y retirándose la fotografía a los ojos para ver sus diversas expresiones. Me gusta esta expresión enérgica, esos ojos francamente abiertos, esta boca medio sonriente... Tiene hermosos cabellos... y buen bigote... Sí, no es feo... Mira, Magdalena. No eché más que una ojeada a la fotografía, que representaba, en efecto, un buen mozo.
Se ocupa largamente de Rafael Pombo, el famoso autor del canto de Edda, que dio la vuelta a América, y que mereció entre la avalancha de contestaciones, una hermosísima de Carlos Guido y Spano, «Pombo según el Sr. Cané es feo, atrozmente feo. Una cabecita pequeña, boca gruesa, bigote y perilla rubia, ojos saltones y miopes, tras unas enormes gafas... Feo, muy feo.
Palabra del Dia
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