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Actualizado: 23 de noviembre de 2025
Sobre el agujero negro, entre el bigote de seda de un castaño claro, se veía de vez en cuando la punta de la lengua, limpia y sana; los ojos, azules claros, grandes y dulces, buscaban, como los de un místico, lo más alto de su órbita; pero no por esto miraban al cielo, sino a la pared de enfrente, porque Reyes tenía la cabeza gacha como si fuera a embestir.
Fulanita está siempre a mucha mayor altura por lo que respecta a la vida del corazón, y en su interior desprecia profundamente a Fulanito, que no sabe divagar un poco sobre la simpatía y el amor, ni es capaz de besar un abanico que cae de la mano, ni tiene pizca de bigote.
Sí, señora. Mi negocio consiste en dos mil quinientas pesetas al año y en una mijita de temblor que he logrado en los tres años que aquí llevo. En efecto, las manos del joven tenían un ligero estremecimiento que se hacía visible cuando se atusaba su fino bigote negro. El grupo de convidados le contempló unos instantes con atención no exenta de hostilidad. Adivinaban en él un enemigo.
Dejé crecer de nuevo bigote y perilla, y ambos eran ya de respetable dimensión cuando bajé del tren en París y me presenté en casa de mi amigo Jorge Federly.
Como la luz del sol no hallaba obstáculos para filtrarse al través de la deshojada parra, el rostro del mancebo, bañado de claridad, parecía duro y anguloso; su bigote, blondo a la sombra, tenía ahora un dorado metálico; sus ojos zarcos miraban con glacial limpidez.
Lo primero que hería la mirada era la palidez plomiza de su semblante, acentuada por la negrura del capuz que le habían echado sobre los hombros. El bigote y la barba habían encanecido del todo. Avanzaba tieso, indómito, solemne, mirando hacia las nubes y pisando con fuerza, como el que marcha entero en la honra.
Se atrevía a jurarlo. Era la de un hombre en lo más verde y lozano de la juventud: gallardo de cuerpo y hermoso de cara; poco bigote todavía, pero muy negro, como los ojos y como el pelo, suelto y abundante; muy bien ataviado, pero no compuesto. ¿Debía Luz borrar aquella figura del cuadro, solamente por no ser obra suya?
Este debía ser un adversario digno de él. ¡Lástima que sus ojos claros tuvieran una expresión irónica de hombre que todo lo toma á risa, y por debajo de su bigote rubio, muy recortado, á la inglesa, vagase un ligero gesto de insolencia!
Lo que ha dicho este hidalgo es la verdad. ¡Oh! yo sé siempre lo que me digo contestó con fatuidad don Bernardino, atusándose el bigote izquierdo. Menos cuando no dijo la comedianta. Mejor será que callemos, prenda, que os estará bien. En mal hora se metió don Bernardino con la comedianta. Esta, que quería tener un motivo sólido de entablar conocimiento con Juan Montiño, forzó la situación.
Aparecen las actrices sobresaltadas, los rostros embadurnados, prendiéndose aún los últimos alfileres, y luego, gallardas en medio de su inquietud, se dirigen hacia el escenario. Pasa un actor, rígido, aparatoso, con una enorme nariz ciranesca y un bigote postizo. El recién llegado le interroga: ¿Tiene usted la bondad de decirme: el señor X...?
Palabra del Dia
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