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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Entrañas por entrañas, ¿cuáles valen más?». Estos enormes disparates, nacidos del trastorno que en su cerebro reinara, persistieron cuando estaba parada y atónita delante del portal de los de Santa Cruz. «Pues no sé por qué no entro y armo la escandalera que debo armar...». Pero la contenía un cierto respeto que no acertaba a explicarse.
A ti nada te importa, pues no me la has de pagar. ¿Han concluido tus cartas? Voy a concluirlas». Y él volvió a pasearse y a mirarla... ¡Qué hermosa estaba! ¿Quién lo metía a él a moralista ni a redentor de samaritanas? Soltó una carcajada en lo recóndito de su ser, allí donde su alma contemplaba atónita la imagen de la ocasión. «Pero me caso el lunes, el lunes...». Miró el retrato de su novia...
Se la representó avanzando entre los fieles arrodillados, alzada hacia el altar su cara ligeramente atónita, bajo el ancho sombrero. Había ella adquirido para su pensamiento un prestigio inasequible. ¡Pero Muñoz, Muñoz, aquí está Lucía! exclamó Charito, ¡salúdela! Se levantó sorprendido, confuso, ante la joven que le miraba con su gesto de amable curiosidad. En ese momento apareció Adriana.
Atónita y embobada estaba la de Rufete, paseando su alma con las miradas por el interior de la hermosa cajita, y si bien la cantidad no era fabulosa ni mucho menos, por ser todos los billetes pequeños, la pobre joven, que tanto se dejaba llevar de la hipérbole, creía ver pasar por entre los dedos de Joaquinito Pez toda la corriente del dorado Pactolo.
Las monjas se acostumbraron, después, a verla inmóvil, al pie del nicho, a veces con las manos juntas y como atónita. Si entonces alguien venía a hablarla, respondía ella con una dulzura extrañada, volviendo en seguida la mirada hacia la imagen, como si hubiesen interrumpido entre ella y el Cristo una vaga comunicación.
Al verme libre; al ver a un cura, a quien reconoció desde luego, lo comprendió todo: corrió a mis brazos, y no pudiendo más, perdió el sentido. Aquella gente estaba atónita; el hermano cura que había recibido en sus brazos a mi pequeña criatura, lloraba en silencio, y todo el mundo se había arrodillado. En ese momento salió el sol, y parecía que Dios fijaba en nosotros su mirada inmensa.
Cálculos y más cálculos hizo, desbaratándose el seso, sin llegar a la solución del temido problema, y los números negábanse a complacerla, dándole la cifra que necesitaba... ¡Qué idea! ¿Acudiría al Sr. de Pez? ¡Oh!, si llamara a esta puerta seguramente sería oída, pero no se atrevía. El 12 se presentó Torres con sus ojos de huevos duros impregnados de una dulzura atónita.
A la salida, Sánchez Morueta sólo osaba poner el pie en la calle cuando tenía su carruaje cerca y podía escapar, ante la mirada atónita de los solicitantes que esperaban horas y más horas.
La vizcondesa lanzó un ligero grito, titubeó un momento, mas advirtiendo que se hallaba demasiado lejos de la habitación para ser oída, arrodillóse delante de la joven desmayada e hízole respirar su frasquito de sales, prodigándole al mismo tiempo dulces palabras. Beatriz volvió lentamente a la vida, y mientras se levantaba desconcertada y atónita: ¿Qué he tenido? murmuró en débil voz.
Cuando Adriana apareció, traída por Charito, perdió en seguida la presencia de ánimo y no atinó con una manera de abordar la situación. Adriana, sonriendo con una expresión atónita y dulce, le preguntó si estaba enojado con ella. Se turbó tanto, que para no dejarlo advertir quedó callado, serio.
Palabra del Dia
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