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Actualizado: 3 de junio de 2025
Este, por su parte, tenía fija una mirada atónita, ardiente, asombrada en la condesa. Nunca la había visto, ni aun la había soñado tan hermosa. Y era porque todo se combinaba aquella noche en la condesa para aumentar su hermosura.
A su aparición estalló una salva de toses y estornudos y gritos y aullidos. El indiano alzó la cabeza y paseó su mirada atónita por aquella muchedumbre descompuesta que le sonreía, sin comprender la razón. Tardó poco, sin embargo, en darse cuenta de que era víctima de un bromazo. Sus ojos se clavaron entonces feroces en el concurso, y exclamó con un desprecio que nada tenía de fingido: ¡Méndigos!
Ve, ve... hija mía... acabo de salvarte de un peligro... yo te salvaré de todos; adiós. Y partió hacia el alcázar. La Dorotea, atónita, asombrada, sin comprender lo que la sucedía, le vió desaparecer, se envolvió en el manto, y á paso lento, con la cabeza inclinada, pisando lodo, se encaminó á la calle Ancha de San Bernardo. El tío Manolillo corría como alma que lleva el diablo.
Acercose a la ventana, mirando a la calle por entre los cristales, y allí estuvo un largo rato con la atención vagabunda y el pensamiento adormilado, cuando un rumor en el pasillo la sacó de su abstracción. Al volverse, se quedó atónita, viendo a Jacinta que, detenida en la puerta, alargaba la cabeza para ver quién estaba allí.
Empleáronse en esta obra digna de romanos mucho tiempo, mucha gente, muchísimo dinero; mas se ejecutó con felicidad, y la muchedumbre atónita vió llegar lentamente por un plano inclinado, espresamente construido, hasta el lugar destinado en el atrio de la mezquita, las dos enormes pilas, una tras otra, en fuertes carras de roble hechas al intento, y tiradas cada una por setenta robustos bueyes.
Siguió sentada en la silla y con la sien pegada al cristal, aturdida, llena de confusión y vergüenza como si ella fuese la culpable. Al cabo de algunos minutos, estando con la mirada fija, atónita, en el parque vió correr otra sombra con extraña velocidad hacia la casa. No pudo reprimir un grito de espanto. Quedó en pie como si la hubieran alzado con un resorte.
Cristeta le escuchó atónita.
La bestia, presa de estupor, quedó un instante atónita y temblando. Se alejó luego al paso, inundando el pasto de sangre, hasta que a los veinte metros se echó, con un ronco suspiro. A mediodía el polaco fué a buscar a su toro, y lloró en falsete ante el chacarero impasible. El animal se había levantado, y podía caminar.
Después que terminaban su frugal cena y rezaban un padrenuestro en acción de gracias, D. Miguel se levantaba, y tambaleándose un poco, porque el torso era más recio en él que las piernas, se dirigía a la cómoda, sacaba de ella un par de pistolas enormes de chispa, y con una en cada mano se encaminaba a su alcoba, bajo la mirada atónita de Gil.
En seguida se lavó, casi a disgusto, porque el frescor del agua le arrancaba de la piel el perfume de los halagos de Cristeta, y después se marchó a dar un paseo. Ella, al verse sola, pasó un rato presa de verdadero estupor: luego quedó entre atónita y apenada. ¿Qué había hecho? ¡Deshonrada... perdida... pero dichosa! No le parecía ser la misma.
Palabra del Dia
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