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Actualizado: 5 de junio de 2025


Caí en el lecho como un tronco derribado, dudoso, en el crepúsculo de mi somnolencia, entre si me derribaban los quebrantos de mi fatigosa jornada de todo el día, o el peso de la balumba de «cosas» que me había ingerido en el cerebro adormilado la inagotable erudición del solariego.

Estaba a veces adormilado en los bancos del pasillo o en el sofá de la sala, y cuando oía que, bajo los chillidos agudos de Narcisa o bajo las sinrazones de su madre, temblaba como un pajarillo la fresca voz de Carmencita, corría hacia ellas, recatándose detrás de las puertas o a la sombra de las paredes para no perder ni un detalle de la escena dolorosa.

Con el violento chorro de chispas había bastante, y en su total, todo el éxito estribaba en que nuestro tío, adormilado, no se diera cuenta de la singular rigidez de su cigarrillo. Las cosas se precipitan a veces de tal modo, que no hay tiempo ni aliento para contarlas. Sólo que una siesta el padrastrillo salió como una bomba de su cuarto, encontrando a mamá en el comedor.

Efectivamente, la otra mañanita, al rayar el alba, que me llamaban muy bajito dentro del surco... Rojillo, Rojillo. Era mi viejo macho. Miraba de una manera extraña. Vente en seguida me dijo, y haz lo que yo. Lo seguí medio adormilado, deslizándome por entre los terrenos, sin volar, sin saltar casi, como un ratón.

Veía en la incoherencia de su adormilado pensamiento a los parientes del obispo incitándolo a que entrase en el baile. «Monseñor: el mar... es el marVeía a Maltrana apostrofando al Océano, el gran tentador: «Galeoto de mostachos de algas... Celestina de arrugas verdes». Y lo mismo que él, repetía: «Seamos miserables. Ya nos purificaremos al bajar a tierra».

Acercose a la ventana, mirando a la calle por entre los cristales, y allí estuvo un largo rato con la atención vagabunda y el pensamiento adormilado, cuando un rumor en el pasillo la sacó de su abstracción. Al volverse, se quedó atónita, viendo a Jacinta que, detenida en la puerta, alargaba la cabeza para ver quién estaba allí.

Con aquel espectáculo revivió mi espíritu adormilado, y comencé a respirar con avidez el aire de la hermosa vega, como si me hubiera faltado hasta entonces el necesario para la vida; caso que no admiró a Neluco por lo raro cuando se le declaré, porque, por una ley fisiológica, del peso «ideal» de las grandes moles que agobia a los espíritus avezados a las llanuras abiertas y despejadas, participa el organismo físico también.

Palabra del Dia

irrascible

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