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Actualizado: 3 de junio de 2025


Un desasosiego punzante le empujaba a moverse y a levantar sus ojos en callada consulta hacia el cielo. Estaba toda la luz estelar presa en la extrema cerrazón de la noche, y en vano Salvador trataba de avizorar, con atónita mirada, el secreto sagrado de la altura. Su alma, serena y apacible en las corrientes diarias de la vida, se sentía en aquella hora atribulada con honda ansiedad.

Quedó Currita atónita con la carta en la mano, mirando atentamente al gallo, que con una pata en alto, torcida la cabeza y fijo en ella el ojo inflamado, parecía ofrecerle caballerosamente, en caso de guerra, el auxilio de sus espolones.

Atónita quanto alborozada de oir el idioma de mi patria, extrañando empero las palabras que decia aquel hombre, le respondí que mayores desgracias habia que el desman de que se lamentaba, informándole en pocas razones de los horrores que habia sufrido; despues de esto me volví á desmayar.

Quedose atónita la anarquista oyéndole decir estas palabras con un acento que parecía ser de otro mundo: «Salva, Jesús mío, esta alma que se quiere perder, y apártame a de la mentira». Después se llegó a ella y le cogió una mano, diciéndole con profunda lástima: «¡Pobre mujer!, yo tengo la culpa de las atrocidades que ha dicho usted, yo, yo, Dios me lo perdone, y la causa ha sido una farsa, una mentira... La verdad ante todo.

Si Doña Paca viera que se abría la tierra y salían de ella escuadrones de diablos, y que por arriba el cielo se descuajaraba, echando de legiones de ángeles, y unos y otros se juntaban formando una inmensa falange gloriosa y bufonesca, no se quedara más atónita y confusa. ¡Testamento, herencia! ¿Lo que decía el clérigo era verdad, o una ridícula, despiadada burla? ¿Y el tal sujeto era persona real, o imagen fingida en la mente enferma de la dama infeliz?

A la distancia, en la fuerte claridad del día sereno, su apariencia atónita, simple, tenía para ella algo de hostil, como algunos minutos antes, en el templo de las Victorias, las caras de las imágenes y las cruces doradas. Adriana apresuró el paso, con una amargura sin nombre. No hablaron una palabra en el camino.

Para hacerles a las hijas un vestido echan cuentas seis mes s, y a la chica que llaman a coserlo la hacen ir tempranísimo para sacarle bien el jugo. Un día de convite parece que echan la casa por la ventana; pero todo se recoge, y no va a la cocina ni tanto así. Y están achinados de dinero. Amparo oía atónita. Nada más ajeno a su carácter rumboso, imprevisor, que la estrechez voluntaria.

¡Madrina! ¡ven, madrina!... Mira, Paula y Concha me han cortado el pelo. Amalia avanzó algunos pasos por la estancia y, evitando la mirada de la niña, fijó los ojos severos en su cabeza, y dijo con imperio y frialdad: No está bien así. Córtelo usted al rape. Y se alejó con la frente fruncida. Josefina, atónita, la siguió con los ojos.

La lengua que sacaba, por tener la creencia de que todo negrito, para ser tal negrito, debe estirar la lengua todo lo más posible, parecía una hoja de rosa. «¡Qué horror!... ¡Ah!, tunantes... ¡Bendito Dios!, ¡cómo le han puesto!... Anda, ¡que apañado estás!...». Las vecinas se enracimaban en las puertas riendo y alborotando. Jacinta estaba atónita y apenada.

Otras se quedaba embelesada mirándola con dulce e inefable sonrisa, y entonces Julián recordaba siempre las imágenes de la Virgen Madre, atónita de su milagrosa maternidad. Mas los instantes de amor tranquilo eran breves, y continuos los de sobresalto y dolorosa ternura. No consentía a Perucho acercarse por allí.

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