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Actualizado: 8 de julio de 2025
En fuente cristalina no arrojes nunca piedras; Contémplala y exclama: ¡Oh, quién fuera tan puro!
Sólo te pido, ahogando mis lamentos, por la misma crueldad con que condenas un débil sér á bárbaros tormentos, que en mí arrojes dolor á manos llenas, porque nunca me falten pensamientos para cantar tus obras y mis penas. Hija, ¿qué te diria que fuera de mi amor vivo traslado?... Dos palabras no más; oye: ¡hija mía! ¿Es poco?... Al escribirlas he llorado.
Nada; los arrojes son cuatro mozos de cordel que hacen subir el telón, bajando ellos colgados de una cuerda. Se oye un estruendo espantoso: se ha descorrido la cortina, y el ingenio se refugia a un rincón de un palco segundo, detrás de su familia o de sus amigos, a quienes mortifica durante la representación con repetidas interrupciones.
¡La orden! ¡La orden! gritan a esta sazón. ¿Cómo la orden? exclama el autor asustado. ¿La han prohibido? No, señor, es la orden para empezar; habrá venido Su Alteza. Suena una campanilla. ¡Fuera, fuera! y salen precipitadamente de la escena aquella multitud de pies que se ven debajo del telón. ¡Cuidado con los arrojes, señor autor! dice un segundo apunte tomándolo de un brazo. ¿Qué es eso?
Pensar en que cuatro palabrillas insolentes sobre la moral y la conciencia bastarían a obligarme a aceptar satisfecha la humillación que me impones; suponer que yo, a quien si no conoces debieras conocer, voy a consentir que me arrojes como un trapo sucio, que me arrastres como una cautiva enamorada a los pies de Fernanda para que le sirva de almohadón cuando suba a tu lecho, es el colmo de la estupidez y la fanfarronería. ¿Por qué no me pides también que sea tu madrina de boda?
No en copia servil te arrojes por la senda que otro explora: con la pluma de tus hechos escribe una nueva historia. Madrid, 1880. Nació Alejandro; su potente lanza, al ronco grito de incesante guerra, cubrió de luto y ruinas y matanza cuanto entre el Ister y entre el Sindh se encierra.
Con este criterio, lector amigo, escribí yo el libro que entre las manos tienes, y lealmente te lo aviso para que lo arrojes a tiempo si mi modo de pensar no te satisface.
Más, si alguno me cuenta tu pasado, con su lengua traidora cual la hiedra, le diré: "Si estás limpio de pecado sé tu el que arrojes la primera piedra". No llores, pues, mitiga tu quebranto, y enjuga de una vez tu amargo llanto, porque empaña el fulgor de tu mirada. No creas que, aún que muchos te maldicen, también hay labios que tu amor bendicen porque saben que estás regenerada....
Ya sabía yo que no me amábais dijo la reina levantándose y mirando al rey con cólera. Pero señor, ¿cuándo descansaré yo? exclamó el rey dejándose caer en el respaldo del sillón. Cuando arrojes de ti esa indolencia que te domina dijo con dulzura la reina ; cuando pienses que un rey no sirve á Dios solo rezando, sino mirando por la prosperidad, por el bienestar y por el honor de sus vasallos.
Por la fuente de plata que os habéis traído. ¿Y comió mucho la reina? ¡Quia! no... ni el padre Aliaga... ¿Y te has comido las dos?... Sí. Ven, hijo mío, ven... ven á las cocinas... voy á darte aceite, que es bueno para que arrojes... ¡Oh! ¡Dios mío!... Tengo ansias, tío... El bufón asió al mozo y le arrastró consigo.
Palabra del Dia
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