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Actualizado: 7 de mayo de 2025
La condesa ya no priva. Hay divorcio absoluto entre ella y los demás de la familia... ¡oh!, ahora me acuerdo de cuando te encontramos en el Pardo... Cuando le preguntaron a Amaranta que qué hacías allí, no supo contestar. Lo que hacías, tú lo podrás decir... ¿Juegas, o no? Jugaremos. Aquí al menos se respira, chico.
La maligna Amaranta reíase a hurtadillas de mi embarazo, y más atizaba con sus artificiosas palabras la inclinación y repentino afecto del inglés hacia mi persona. Hoy dijo lord Gray hay en Cádiz gran cuestión entre españoles e ingleses. No sabía nada exclamó Amaranta . ¿En esto ha venido a parar la alianza? No será nada, señora.
Y si estaba y de improviso me veía, ¿no era posible que se me presentara deslumbrada por los esplendores de su nueva posición, y que a la palidez de la primera sorpresa sucediera en su rostro el rubor de haberme amado? ¿Se acercaba el momento de que yo cayese de la inconmensurable altura de mi fatuidad amorosa, encontrando una sonrisa de desdén y la mano de un criado que me pusiera en la calle? ¿Por ventura el trance que me esperaba era hermano gemelo de aquella otra gran caída ocurrida en El Escorial, cuando por el favor de Amaranta soñaba con los primeros puestos de la nación? ¿Bajaría mi alma desde príncipe a lacayo, como poco antes bajó mi ambición?
Levantóse Amaranta rápidamente, y en su semblante observé señales de repentina cólera. Mandándome callar, después de decirme que era un desvergonzado y un truhán, agitó con inquieta mano una campanilla. ¡Altos cielos, por qué no os hundisteis sobre mí! Entró un criado, y Amaranta le mandó que me pusiera al instante en la puerta de la calle.
¡Santorcaz! exclamó la dama, poniéndose encarnada y después pálida como una difunta. ¿Quién? ¿Quién has dicho? Don Luis de Santorcaz, señora; un caballero castellano que ha venido ahora de Francia. Amaranta parecía sentir una emoción profunda.
El juego, antes frío y mal sostenido por personas sin entusiasmo, se animó con la presencia de Amaranta, que fue a poner su dinero en la balanza de la suerte. Para que todo marchase a pedir de boca, llegó en aquel crítico punto lord Gray, de quien dije había desaparecido al comienzo de la tertulia.
Qué placer es estar junto a usted, querida primita dijo Inés sentándose en el sofá de la sala tan cerca de Amaranta, que casi estaba sobre sus rodillas . Me olvido de la falta que he cometido huyendo de mi casa, y los gritos de mi conciencia son ahogados por la gran felicidad que ahora siento. Estaré un ratito, un ratito nada más.
¿No merezco ya ni dos minutos de atención? afirmó con amargura el noble lord . ¿Ya no se me concede ni el favor de una palabra?... Está bien, no me quejo. Ahora parece indudable que parte dijo Amaranta. Señora, adiós exclamó lord Gray con emoción profunda, verdadera o fingida . Araceli, adiós; Inés, amigos míos, procuren olvidar a este miserable.
Como de costumbre, el espléndido inglés reclamó para sí las preeminencias de banquero, y tallando él con serenidad, apuntando nosotros con zozobra y emoción, le desvalijamos a toda prisa. Sobre todo Amaranta y yo tuvimos una suerte loca. Doña Flora, por el contrario, veía mermados con rapidez sus exiguos capitales y D. Diego se mantuvo en tabla con vaivenes de desgracia y fortuna.
Amaranta hizo pasar a lord Gray a una estancia inmediata y al instante me llamó a su lado. El inglés afectaba tranquilidad; mas la condesa adivinando sus propósitos, le desconcertó al momento. Ya sé a que viene usted le dijo . Sabe que Asunción ha entrado en mi casa... Por Dios, lord Gray, retírese usted. No quiero tener nuevas ocasiones de disgusto con doña María.
Palabra del Dia
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