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Actualizado: 7 de mayo de 2025
Aconteció, pues, que cerca ya del oscurecer en el siguiente día entraba yo con toda tranquilidad en casa de doña Flora, cuando esta, Amaranta y su hija saliéronme al encuentro con gran sobresalto y alarma. ¿No sabes lo que ocurre? dijo doña Flora . El bribón de lord Gray ha cargado con la santa y la limosna. La Asuncioncita ha desaparecido anoche de la casa.
Amaranta con sus majaderías le ha amoscado a usted. Tengo que ir a casa de la señora condesa de Rumblar. Eso es un desaire, Sr. D. Pedro. Dejar mi casa por la de otra. La condesa es una persona respetabilísima que tiene alta idea del decoro. Pero no hace vestidos para los <i>Cruzados</i>.
Está conmovido por la majestad del acto repuso Amaranta . Me parece que estos señores darían algo ahora porque les mandasen a sus casas. Verdaderamente las fachas no son malas. Desde aquí veo al vizconde de Matarrosa indicó doña Flora . Es aquel mozalbete rubio. Le he visto en casa de Morlá, y es chico despejado... Como que sabe inglés.
Una pastora, llamada Amaranta, cuyo esposo ha muerto, se enamora de otro pastor denominado Jacinto; pero como éste la desprecia por otra, lo acusa aquélla del asesinato de su esposo, para forzarlo á elegir entre su mano ó la muerte; el pastor permanece fiel á su amada en trance tan mortal, hasta que Amaranta, conmovida de su firmeza, retira la acusación.
El estamento de próceres y clérigos se reunirá en una iglesia indicó Amaranta y el de procuradores en un teatro. No, no hay más que un estamento, señoras. Al principio se pensó en tres; pero ahora se ha visto que uno solo es más sencillo. Será el de la nobleza. No, hija, serán todos clérigos. Esto parece lo más propio.
D. Pedro los cincuenta uniformes amarillos y encarnados que le estamos haciendo, todos galoneados de plata y cortados en forma que llaman de española antigua. Me temo mucho dijo Amaranta riendo que D. Pedro y otros tan extravagantes y locos como él, pongan en ridículo a Cortes y procuradores, pues hay personas que convierten en mojiganga todo aquello en que ponen la mano.
Pero este, tan sereno cual si se oyese nombrar en los términos más lisonjeros, me dirigió con gravedad las siguientes palabras: Caballero, el carácter de usted y la viveza y espontaneidad de sus contradicciones y réplicas, me seducen de tal manera, que me siento inclinado hacia usted, no ya por la simpatía, sino por un afecto profundo. Amaranta y doña Flora no estaban menos asombradas que yo.
Salimos del gabinete Amaranta y yo, dejándolas solas para que hablaran a su gusto; pero la condesa apostándose tras de la puerta, me dijo con malicioso acento: Yo me quedo aquí para oírlo todo. Será curioso lo que hablen. Ya sabes que en palacio he realizado grandes cosas escuchando detrás de las cortinas. No es ningún negocio de Estado lo que van a tratar. Yo me voy.
Amaranta, después de desahogar las antiguas cóleras de su pecho, estaba meditabunda y aun diré que arrepentida de todo lo que había dicho, doña Flora preocupada, y Congosto, con los ojos fijos en el suelo, revolvía sin duda en su cabeza altos y caballerescos pensamientos. Sacó a todos de su perplejidad una visita que nadie esperaba, y que causara general asombro.
Doña Flora dijo: Pase usted milord, que aquí está la condesa. Mírale... verás me dijo Amaranta con crueldad y juzgarás por ti mismo si la niña ha tenido mal gusto. Entró doña Flora seguida del inglés. Este tenía la más hermosa figura de hombre que he visto en mi vida. Era de alta estatura, con el color blanquísimo pero tostado que abunda en los marinos y viajeros del Norte.
Palabra del Dia
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