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Abogados, procuradores, escribanos, comerciantes, industriales, empleados, propietarios, todos hacían lo mismo.

No hay más estamento que el de procuradores, en que entrarán todas las clases de la sociedad. ¿Y dices que están pintando el teatro? , señora. Le han puesto unas cenefas amarillas y encarnadas que hacen una vista así como de escenario de titiriteros en feria... En fin, monísimo. Para esta festividad quiere sin duda el Sr.

Los escribanos de cámara, receptores y procuradores no saben ó no procuran otra cosa que sacar el partido posible de sus oficios.

Y porque todos bien crean Quella nos causa temores, Todos vengan ó provean Los que huyen y desean De embiar procuradores, Y entre todos los nascidos El que sintiere agraviarse Venga y diga sus gemidos, Y á los al mundo venidos Ansí manda apregonarse.

Aquí llenó las esperanzas que de él se tenían con el fervor de espíritu y con la inocencia de la vida, teniendo todo su gusto en Dios. Tuvo por este tiempo noticias de la llegada á España de los PP. Cristóbal de Grijalva y Tomás Domidas, procuradores de esta provincia, que venían por operarios evangélicos para cultivar y mantener esta dilatada viña del Señor.

Cansado por los tráfagos de la administración harto del inacabable cálculo de intereses y amortizaciones, pensó en distraerse viajando por el extranjero. Mas desistió por entonces de la idea, en parte por ahorro, en parte porque todavía no estaban los asuntos de su casa como para delegarlos en manos de procuradores o intendentes.

Siendo esto ansí, ¿cómo quieren hacerme a entender que va encantado? Pues yo he oído decir a muchas personas que los encantados ni comen, ni duermen, ni hablan, y mi amo, si no le van a la mano, hablará más que treinta procuradores.

Las cuentas eran bien claras y ahí estaban para que las examinasen: Don Aquiles debía casi, casi más de lo que tenía; luego, la baja de la propiedad raíz, el mal estado de los campos, los honorarios de ahogados y procuradores, que sumaban un dineral, y más que esto y más que todo, el incidente del hijo natural.

Pablo Aquiles era un bendito de Dios. Entregado, por completo, al amor de su mujer, dejaba el gobierno de la casa en manos del cuñado, que mandaba en jefe; éste pagaba las cuentas, recibía los criados, hacía y deshacía, sin consulta ni apelación. De la testamentaría iniciada, era él el albacea, y se entendía con abogados, procuradores y escribanos.

Vamos, francamente, era cosa de morir de risa. El presidente sabía que sesión en la cual Teneyro hablase, era sesión perdida, por no ser posible contener a las tribunas; trabábanse disputas inevitables entre ciertos procuradores y el público, y el escándalo obligaba a despejar los altos de la iglesia.