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Tuvieron sus entrevistas con algunos caciques, y cuando les pareció que podian confiar en sus promesas, fundaron una primera reduccion en las orillas del Salado, á dos leguas de la mar magallánica cerca del cabo San Antonio. Empezaron sus trabajos evangélicos el 6 de Mayo de 1740, siendo Gobernador de estas provincias, el Sr.

Ahora, que estoy marcada y esclavizada, me abandona, y me vende, y me asesina. ¡Feliz principio quiere dar a sus misiones, predicaciones y triunfos evangélicos! ¡No será! ¡Vive Dios que no será! Este arranque de ira y de amoroso despecho aturdió al padre vicario. Pepita se había puesto de pie. Su ademán, su gesto tenían una animación trágica.

Pasó después á estudiar la teología á Salamanca, y á este tiempo corrió la noticia por las provincias de España de haber llegado á Cádiz los PP. Cristóbal de Grijalva y Tomás Dombidas, procuradores del Paraguay, y poniéndose á considerar sobre la conversión de los idólatras y el extremo desamparo en que están innumerables pueblos del Occidente, dilatado campo en que ofrece copiosísima mies á muchos operarios Evangélicos, si hubiese muchos que despreciando las comodidades propias atendiesen á la eterna salvación de las almas; se le encendió el corazón en deseos de ser uno de los escogidos á quien tocase la suerte de ser señalado para la Misión de la dilatadísima provincia del Paraguay; por tanto puso luego todo empeño en alcanzar licencia de sus Superiores, los cuales sintieron mucho su petición, porque por una parte no querían privarse de él, y por otra no querían oponerse á la voluntad de Dios, conocida claramente en su vocación, prevaleció finalmente la América, y la abandonada gentilidad del Paraguay: por lo cual, nuestro Zea, contento y alegrísimo se partió de su provincia de Castilla, á quien como hijo profesó siempre tiernísimo afecto; y sus condiscípulos le siguieron con el corazón, conservando su dulcísima memoria; singularmente se esmeró en esto su maestro en la filosofía el P. Baltasar Rubio, confesor que fué de la serenísima reina de España doña María Luisa de Saboya; éste le siguió con el afecto; con sus oraciones y con sus cartas pues cuando se ofrecía ocasión siempre le escribía, por tener del P. Zea subido concepto, como en ellas lo manifestaba.

Viendo, pues, y considerando el P. Arce la buena disposición de la gente, y que si se ausentaba de ellos los dejaba en un total desamparo, se resolvió á quedarse; y estando ya próximo el tiempo de las lluvias que inundan las campañas y cierran los caminos para ir á encontrar en las riberas del río Paraguay á sus conmisioneros, que venían de las Reducciones de los Guaraníes, le pareció más conforme á las órdenes que llevaba de su Provincial hacer aquí alto y dar principio á aquella nueva cristiandad que daba tan buenas esperanzas de que correspondería en adelante con la multitud y fervor de los fieles al cultivo y celo de los obreros evangélicos.

No obstante, espero ha de ser la raiz que llegue á fomentar lo mucho que hemos perdido en su abandono; y á dar una verdadera luz y conocimiento de sus grandes ventajas por medio de las elevadas prendas que adornan á V. E., capaces solamente á restaurar unos establecimientos que pueden servir de muro incontrastable á los enemigos de la Corona, de seguridad á esta capital, de fomento á su comercio; y lo que es mas, de medios para propagar nuestra Santa Religion, de extender el beneficio de la Redencion á una prodigiosa multitud de idólatras, que la experiencia me ha hecho conocer son dóciles, y de quien sin temeridad se puede prometer una abundante mies á los obreros evangélicos.

¡Oh! dispensad, señor cura, os pido mil perdones... He dicho acaso algo... No, me parece que no... El pobre sacerdote no lo había oído. Su pensamiento estaba fuera de allí. Ya por las calles de la aldea veía al pastor del castillo detenerse ante cada casa, y deslizar por debajo de las puertas sus pequeños panfletos evangélicos.

Aquí llenó las esperanzas que de él se tenían con el fervor de espíritu y con la inocencia de la vida, teniendo todo su gusto en Dios. Tuvo por este tiempo noticias de la llegada á España de los PP. Cristóbal de Grijalva y Tomás Domidas, procuradores de esta provincia, que venían por operarios evangélicos para cultivar y mantener esta dilatada viña del Señor.

Sueña la luz crepuscular del cielo en la difusa paz de sus salones, y es su mano en los rojos almohadones una magnolia astral de terciopelo. Leve se agita en el temblor de un vuelo la rosa que agoniza en los jarrones. Es la hora santa de las ilusiones, que llega y pasa sin rozar el suelo... En un ambiente a nardos evangélicos deshojan los llorosos surtidores su inspiración de bardos arcangélicos,

que se mude cuanto antes la Reducción á paraje más vecino y cercano á los infieles, porque Jesucristo, por la desobediencia de los tuyos ha enviado aquí la peste y nunca cesará hasta que os rindais de buena gana á su voluntad, pues es cosa fuera de razón que los obreros Evangélicos pierdan el tiempo en cultivar pocas almas, mientras se pierden tantos millares por falta de quien les enseñe el camino de salvación.

En uno de estos viages trabó amistad con un religioso de la Compañia de Jesus, que pasaba á las Indias para tomar parte en los trabajos evangélicos de sus hermanos. La pintura que este le hizo de su instituto, y de las ventajas que ofrecia á los que manifestaban celo y talentos, hicieron tan viva impresion en el ánimo del jóven Quiroga, que se decidió desde luego á tomar el hábito de San Ignacio.