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Actualizado: 28 de mayo de 2025


Venga usted, señora... Hágame caso, hija mía. Al llegar á la cubierta, la fué guiando hacia sus dominios. Freya se sentó en la cocina, sin saber con certeza dónde estaba. Vió á través de sus lágrimas á este viejo obeso, de una bondad sacerdotal, yendo de un lado á otro para reunir botellas y mezclar líquidos, agitando una cuchara en un vaso con alegre retintín.

El niño, agitando las manitas, gritaba Pepé, Pepé, y aquellos gritos, que Paz oyó clara y distintamente, por lo corto de la distancia que les separaba, la destrozaron el corazón. Engracia, tranquila y con la sonrisa en los labios, seguía levantando el niño, sin señal de tristeza, como era natural que estuviese, no siendo pariente ni amante suyo el que se iba.

En cuanto entré en la sala vi, en primera fila, a Luciana con su madre, y su vista me hizo daño a pesar de la sonrisa afectuosa que me dirigió... ¡Pobre muchacha! No lejos de ella estaba Sofía Jansien gesticulando y agitando un alto penacho multicolor. ¡De qué buena gana los hubiera puesto en la puerta, a ella y su penacho!

Los vientecillos precursores del día empezaron a retozar entre los troncos con las hojas agitando blandamente las ramas, y algún pájaro, desvelado por los inusitados ruidos, batía las alas piando alegremente, y confundiendo desde su oculto nido las luminarias del festejo con los resplandores de la aurora.

En el inmenso valle, los naranjales como un oleaje aterciopelado; las cercas y vallados de vegetación menos obscura, cortando la tierra carmesí en geométricas formas; los grupos de palmeras agitando sus surtidores de plumas, como chorros de hojas que quisieran tocar el cielo cayendo después con lánguido desmayo; villas azules y de color de rosa, entre macizos de jardinería; blancas alquerías casi ocultas tras el verde bullón de un bosquecillo; las altas chimeneas de las máquinas de riego, amarillentas como cirios con la punta chamuscada; Alcira, con sus casas apiñadas en la isla y desbordándose en la orilla opuesta, toda ella de un color mate de hueso, acribillada de ventanitas, como roída por una viruela de negros agujeros.

El cuarto estaba casi a oscuras; por las rendijas de la madera penetraban dos o tres rayos de sol, agitando millares de átomos inquietos que bullían como polvo de luz; las galas estaban esparcidas sobre un sofá de raso, y el corsé de seda azul con trencillas blancas, caído al pié de una butaca.

Estaba en una de las galerías exteriores, riñendo con voz queda á las criaditas mestizas para que no despertasen con los ruidos de la limpieza á la dueña de la casa, cuando repentinamente pareció olvidar su cólera, poniéndose una mano sobre los ojos para ver mejor. Un jinete encabritaba su caballo en mitad de la calle, agitando al mismo tiempo un brazo para saludarla.

¡Ah! dijo. Allí está Rubín con los caballos. También los había visto el pajecillo, cuyos rubios y largos cabellos rizados rodeaban el gracioso rostro. Cabalgaba alegremente, llevando de la brida el blanco palafrén causa involuntaria de las aventuras de su dueña. ¡Os he buscado en vano por todas partes, mi señora Doña Constanza! gritó agitando en el aire la emplumada gorra.

¡Contemplad mi conquista, Morel! gritó apenas llegado Oliver de Butrón, agitando sobre su cabeza un enorme jamón que había arrebatado al enemigo. Os convido, amigo barón, aunque es lástima que no tengamos una botella de buen vino con que rociarlo.... Más tarde hablaremos, Oliver, dijo el barón jadeante. Por ahora lo que importa es marchar á toda prisa hacia el Ebro, por lo más cerrado del bosque.

Los dos jinetes galoparon hacia el grupo de toros, y cerca de ellos detuvieron sus cabalgaduras, poniéndose de pie en los estribos, agitando en el aire las garrochas y dando fuertes gritos para asustarlos. Un toro negro y de fuertes piernas se separó del grupo, corriendo hacia el fondo del cerrado.

Palabra del Dia

hociquea

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