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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Muy bien, muy bien, señor; inmejorable replicó el señor de Bevallan, agitando con gracia la mano para serenar á las mujeres. Nos saludamos y salí.
Entre el rumor de la brisa agitando los árboles y el parloteo de los gorriones que saltaban en torno de los troncos, Rafael percibió una música lejana, el sonido de un piano apenas rozado con los dedos, y una voz velada, tímida, como si cantase para si misma. Era ella.
¡Ya está muerto el puma! Esto lo gritó don Carlos agitando sobre su cabeza el arma enrojecida, mientras el bandolero daba vueltas junto á sus pies, apoyándose en un costado y en otro, entre ronquidos de agonizante.
Cuanto a mí, sólo tenía una pequeña maza y un agudo puñal. Dimos un largo rodeo para no cruzar el pueblo, y al cabo de una hora subíamos la cuesta que conducía al castillo de Zenda. Era la noche obscura y tormentosa; el viento soplaba con furia, agitando los árboles, y llovía a cántaros.
Braceaban las gentes agitando pañuelos y banderas para contestar á los silbidos de los ingleses. Hasta en la orilla mediterránea, los pescadores, puestos de pie en los bancos de sus botes, tremolaban las gorras mirando al lejano tren. El inquieto oído de don Marcos adivinó un leve correteo en el piso superior.
Iba trémula, de un costado a otro del buque, erguida dentro de un elegante vestido de viaje, flotando sobre su espalda un largo velo y agitando un pañuelito en la diestra. Sonreía a un bote automóvil que evolucionaba en torno al trasatlántico. En la popa de aquél estaba sentado un buen mozo con pantalones de franela blanca, sombrero de paja y una flor en la solapa de su americana azul.
El campanero corría por las naves agitando su llavero, que asustaba a los murciélagos, cada vez más numerosos. Las dos devotas habían desaparecido. Sólo quedaban en la catedral el maestro de capilla y Gabriel. Por una nave baja avanzaban los vigilantes nocturnos, que iban a ocupar sus puestos hasta la mañana siguiente, precedidos por el perro.
Al llegar a los corrales, los jinetes delanteros se apartaban, quedando fuera de la puerta, y todo el tropel de toros, avalancha de polvo, patadas, bufidos y cencerreos, metíase en el recinto con ímpetu arrollador, cerrándose prontamente las vallas sobre el rabo del último animal. Gentes a horcajadas en los muros o asomadas a unas galerías los azuzaban con sus gritos o agitando los sombreros.
Muchos caerían aún en las últimas convulsiones de la batalla que continuaba á sus espaldas, agitando con un trueno incesante la línea del horizonte... Vió pantalones de grana que emergían de los rastrojos, suelas claveteadas que brillaban en posición vertical junto al camino, cabezas lívidas, cuerpos amputados, vientres abiertos que dejaban escapar hígados enormes y azules, troncos separados, piernas sueltas.
«Viento querido, amigo mío, sácame de aquí gritó la pluma agitando su fleco para volar. Levántame; llévame por esos aires de Dios, que no quiero ver tantos horrores. ¡Maldita sea la gloria y malditos los pícaros que la inventaron! Parece mentira que me haya dejado alucinar por tan craso disparate.
Palabra del Dia
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