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Actualizado: 6 de mayo de 2025


Sólo sonaban los pasos de Maltrana haciendo crujir la arena, y este ruido le parecía tan grande, tan agigantado por el silencio, que podía despertar a los guardas a muchas leguas de distancia. De vez en cuando la selva agitábase con ondulaciones ruidosas. Una ráfaga de viento moviendo una rama daba la señal. Toda la arboleda se estremecía, inclinando las copas.

Y los lidiadores, parpadeando bajo la violenta transición, pasaron de la sombra a la luz, del silencio de la tranquila galería al bramar del circo, en cuyo graderío agitábase la muchedumbre con oleajes de curiosidad, poniéndose todos en pie para ver mejor. Avanzaban los toreros súbitamente empequeñecidos al pisar la arena por la grandeza de la perspectiva.

Se acercaba la miseria, pero la verdadera, la negra, sin tregua ni misericordia. Feli la adivinaba, abría sus ojazos llenos de misterio, como si la viese corporalmente rondar en torno de ellos. El ser que llevaba en sus entrañas también parecía presentir la proximidad del fantasma. Agitábase cada vez más inquieto, y la madre lloraba pensando en su suerte.

El joven bajaba la cabeza; agitábase su pecho con un penoso estertor, como si le ahogase el llanto al no encontrar salida en aquel cuerpo varonil. La emoción de Rafael, abrumado por aquella crueldad, enterneció a Leonora, haciéndola cambiar de tono. Se aproximó al joven, casi se pegó a él, y agarrándole la barba con sus finas manos, le obligo a levantar la cabeza.

Los dos pequeños refugiábanse amedrentados en los brazos de su hermano mayor, y el padre agitábase como un demente, rugiendo maldiciones. ¡Recordóns! ¡Y qué bien habían sabido hacerlo!... Habían prendido fuego á la barraca por sus cuatro costados; toda ella ardía de golpe. Hasta el corral, con su cuadra y sus sombrajos, estaba coronado de llamas.

El sol extendía ya por el firmamento sus dorados rayos; elevose dulcemente, y con inefable amor pintó de rosadas tintas los lejanos picachos. Y el albor de Navidad acarició tan tiernamente a Bar Sansón, que la montaña entera, como sorprendida en una acción generosa, se sonrojó hasta las nubes. Agitábase en conmoción Campo Rodrigo.

La muchedumbre, oliendo a sudor y a tierra, agitábase en el mercado, bajo la luz de los primeros rayos del sol. Se abrazaban las hortelanas al encontrarse, y con la cesta en la cadera metíanse en la chocolatería a celebrar el encuentro; los labriegos formaban corro, y de vez en cuando iban a beber una copa de aguardiente dulce para tomar fuerzas.

Agitábase ya Lucía en su asiento, y echando abajo el chal escocés e incorporándose, se frotaba asombrada los ojos con los nudillos, a la manera de las criaturas soñolientas. Tenía revuelto y aplastado el pelo, y muy encendido el lado del rostro sobre que reposara; una trenza suelta le descendía por el hombro, y, destrenzándose por la punta, ondeaba en tres mechones.

En las calles bañadas de sol o bajo los caparazones de los techos agitábase el humano hormiguero, impulsado por necesidades e ideas del momento que consideraba importantísimas. Todos creían con el más cándido y vanidoso de los egoísmos que una voluntad superior y omnipotente vigilaba y dirigía sus idas y venidas, iguales a las de los infusorios en una gota de agua.

Entre el muelle y el trasatlántico, un anchuroso espacio de bahía con gabarras chatas para el transporte del carbón abandonadas sobre su amarre y cabeceando en la soledad; vapores de diversas banderas, en torno de cuyos flancos agitábase el movimiento de la carga con chirridos de grúas y hormigueo de embarcaciones menores; veleros de carena verde, que parecían muertos, sin un hombre en la cubierta, tendiendo en el espacio los brazos esqueléticos de sus arboladuras; rugidos de sirenas anunciaban una partida próxima y otros rugidos avisaban desde el fondo del horizonte la inmediata llegada; banderas belgas que en lo alto de un mástil iban a las desembocaduras del Congo; proas inglesas que venían del Cabo o torcían el rumbo hacia las Antillas y el golfo de Méjico; buques de todas las nacionalidades que marchaban en línea recta hacia el Sur, en busca de las costas del Brasil y las repúblicas del Plata; cascos de cinco palos descansando en espera de órdenes, de vuelta de la China, el Indostán o Australia; vapores de pabellón tricolor en ruta hacia los puertos africanos de la Francia colonial; goletas españolas dedicadas al cabotaje del archipiélago canario y las escalas de Marruecos.

Palabra del Dia

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