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Don Fernando se sorprende sobremanera al oirle, y se propone desvanecer su error; pero su sagaz criado, Tacón, forma el plan de aprovecharse de esta circunstancia en ventaja de ambos; se esfuerza en hacer callar á su señor, y asegura al padre que quien tiene ante es verdaderamente su hijo, que ha perdido la memoria á consecuencia de una enfermedad penosa, y que, por esta razón, niega su identidad.

Joaquinito, encarnado de placer, y un poco por el anís del mono que había bebido, creyó del caso coronar el edificio de su gloria cantando algo nuevo. Se puso en pie, estiró una pierna, giró sobre un tacón y cantó, o se cantó, como él decía: Ábreme la puerta, puerta del postigo.... «Era preciso acabar con las preocupaciones del pueblo. ¡La Regenta! ¿Dejaría de ser de carne y hueso?

Los pies de la dama eran de forma irreprochable, finos, algo elevados por el tarso, ni tan largos como de bolera, ni tan cortos como de china, y no calzados, afectando descuido, con zapatones a la inglesa, sino con medias de seda roja y zapatos de charol a la francesa, de tacón un poquito alto y sujetos con lazo de cinta negra.

Tal era su ardor en aquellos primeros días que varios de los contertulios en el almacen de comestibles que visitaba de vez en cuando, se afiliaron al partido liberal y liberales se llamaron D. Eulogio Badana, sargento retirado de carabineros, el honrado Armendía piloto y furibundo carlista, D. Eusebio Picote, vista de aduanas y D. Bonifacio Tacon, zapatero y talabartero.

Gesticulaba en medio de la habitación, iba de un lado para otro, parábase delante de los esposos sin ninguna muestra de respeto, daba rápidas vueltas sobre un tacón y tenía todas las trazas de un hombre completamente irresponsable de lo que dice y hace. El criado estaba en la puerta riendo, esperando que sus amos le mandasen poner a aquel adefesio en la calle.

Por las sillas andaban dispersas prendas del traje de la víspera: los zapatos, de raso blanco, vueltos tacón arriba, estaban al pie del lecho; en el suelo había claveles y el nunca bien ponderado espejillo, causa inocente de tantos males, reposaba sobre la mesa de noche.

Aquel elemento penetra en todas partes, hasta en la industria, hasta en sus elaboraciones más apartadas de la idealidad y de lo bello; hasta en el calzado. Examinemos este zapato de señora. La punta remeda un pico de ave; el tacon se va adelgazando progresivamente en forma de espiral. ¿Remata así el pié de las mujeres?

El tacon es una cosa propia para servir de base; una base conforme al zancajo? ¿Es un zapato eso que vemos, una figura acomodada á nuestro pié? No; de ninguna manera. Es un capricho, una imaginacion, un efecto dramático, un golpe teatral. Es un zapato, como es vestido lo que se pone el arlequin: es otro golpe del universal palaustre.

Había colocado, al hablar, una pierna sobra otra con desenfado varonil, y en la punta de uno de sus pies danzaba una babucha roja, de alto tacón dorado, diminuta como un juguete y cubierta de gruesos bordados. A Gallardo le zumbaban los oídos, se le nublaba la vista: sólo alcanzaba a distinguir unos ojos claros fijos en él con una expresión entre acariciadora e irónica.

En toda esa labor apolinea, aun sin cumplir prescindiendo de los precursores el cuarto de siglo de existencia, abundan inspiraciones gemelas: cantos a la patria, a la nacionalidad y la independencia, a los héroes epónimos Rizal, Mabini, Jacinto, Bonifacio loanzas de lo aborigen... A las veces ¡ay! con demasiada frecuencia, y asombrados de discurrir sobre aquel bravío paisaje, surgen "Mimí", los violines de Versalles y el tacón rojo.