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El lavar la cara, el disfrazarlo todo, el dar á todo un contorno exterior que agrade á los sentidos, la mogiganga parisiense, el inexorable palaustre, ha entrado aquí hasta en la cocina, como dije en otro lugar.
O es un olvido de las ideas sociales y morales que todos los hombres nos debemos, ó es el sacrificio de aquellas ideas venerandas, en aras de una fantasía que crea aquí tambien una forma hipócrita, para hacer bello aquel sacrificio con los ornatos de un arte servil y egoísta. ¡Tambien entra aquí el palaustre!
La del viejo dice: ¡si la vejez pudiera! Y la del jóven: ¡si supiera la juventud! Es una moralidad picaresca, punzante, pero oportuna, graciosa, habilísima: la moralidad del pueblo francés; el golpe mágico del palaustre. A su tiempo hablaré á mis lectores de una fábrica de tapicerías, titulada de los Gibelinos, la primera que existe en el mundo.
O los manjares no se conocen, á fuerza de aderezarlos y embellecerlos, porque hasta en los potes de la cocina quiere establecer su reinado la poesía francesa, el impertinente é inexorable palaustre, ó el diablo no puede con ellos á fuerza de estar duros, permítame Paris esta ruda expresion española.
El comercio de Paris, lo digo otra vez, es lo que la industria: fantasmagoría, aparato, altas novedades; es el zapato aéreo en otro sentido; palaustre tambien. Cuando esto no sucede, el comerciante parisiense se creerá autorizado para exigir el doble ó triple de lo que vale, porque la FANTASÍA, nombre que aquí quiere decir ingenio, invencion, maravilla, prodigio, no está sujeta á tarifa alguna.
Los franceses lo pueden decir; los extranjeros no lo deben creer. En este punto no hay otra realidad, que la existencia de una ley que prohibe el pauperismo. Existe la ley; nada más que eso. El cumplimiento de esa ley, es aparente, ficcioso; un golpe de palaustre francés. Efectivamente sucede que no se mendiga por las calles; lo que nosotros llamamos mendigar.
Oropel, luces, relumbrones, escenas cáusticas, contrastes imposibles, aventuras maravillosas y disparatadas, alarmantes; pero que cautivan, que seducen, que nos arrastran á despecho nuestro; sobre todo, lavar la cara de las cosas, mover el palaustre; hé aquí la expresion más constante y más universal del arte francés.
Antes era una cosa; lo que el arte ó la naturaleza queria que fuese; ahora es una monería; lo que Paris ha querido que sea. Dios y el hombre tienen un taller. Paris tiene otro; el taller de Paris. El escudo de armas de esta importantísima ciudad, debia representar un monarca que empuña por cetro un palaustre.
Sí, hay pobres, hay miseria, hay llagas, hay dolores, hay lamentos; yo he raspado con el dedo la mezcla lisa que pone el palaustre, para que parezca bonita la parte exterior de las paredes; yo he quitado esa mezcla postiza, ese falso aliño, esa cara embustera; he penetrado más allá; me he visto dentro.... Para la ley no hay pobres; para la moral, sí; para los extraneros que tienen corazon, sí.
En fin, depuradas las cosas en el crisol de la verdad, la virtud de Paris con respecto á la opinion pública, seria una hipocresía, un fraude, un dolo, si no fuera un comercio hábil, una industria que participa de cierto hechizo para explotar al hechizado; ¡palaustre tambien! La conciencia se escribe y se suma: el guarismo mayor es el más moral. ¿No hay guarismo? Pues no hay nada.
Palabra del Dia
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