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Rumalda dijo Tablas mirando a la cojuela que acababa de subir después de cerrada la tienda ; baja y tráeme tabaco. Romualda bajó, y sus pasos lentos y fatigados resonaron por largo rato en la escalera. Después Tablas siguió enumerando muertos y enfermos, y volvió a limpiarse el sudor. El calor era sofocante.

Al llegar al cuarto de la Rumalda, planchadora, viuda, con su madre enferma en un camastro y tres niños menores que andaban en el patio enseñando las carnes por los agujeros de la ropa, Torquemada soltó el gruñido de ordenanza, y la pobre mujer, con afligida y trémula voz, cual si tuviera que confesar ante el juez un negro delito, soltó la frase de reglamento: «D. Francisco, por hoy no se puede.

Romualda subió, mientras Tablas y sus amigos conferenciaban gravemente en la puerta. Era un consejo de guerra de caníbales en la expectativa de una gran batalla-merienda. Cuando Romualda bajó con la navaja, López dijo a los amigos: El Gobierno mandará tropas a defenderles. Bueno es estar prevenido. Mira, Rumalda.... Romualda había pasado ya a la otra acera, y desde allí les miraba con espanto.

¡Y está sangrando el canalla! dijo la Pimentosa lanzando de su boca esas chispas de risa que saltan entre las llamas de la ira iluminando el rostro . Parece un Decehomo. No es nada, no es nada dijo Tablas llevándose a la frente un pañuelo que le dio el fenómeno. Rumalda gritó la giganta , baja y trae un poco de vino y aceite.

Eso es, D. Pedro López. No tan arriba. Pique más bajo. ¿Se le puede ver, o no? Creo que está durmiendo. Suba usted.... Eh, , Rumalda... ve con este caballero.... Di a Perico que si no tiene vergüenza de dormir a estas horas. Romualda era una mujercita encanijada y vestida de harapos que en la tienda inmediata ayudaba a la mujer de los parches a ensartar buñuelos.

Yo soy un ángel; pero cuando me solicitan, embisto. ¡Qué genio me ha dado Dios! Yo mismo me tengo miedo a veces.... Rumalda.... Rumalda había llegado con el aceite y con el vino, y Nazaria aprontaba el remedio que reclama toda cabeza sobre la cual se ha hecho pedazos una urna.

Después solía tomar una almohadilla con algo de costura, y a cada instante volvía la cabeza hacia la otra tienda para decir: «Rumalda, sube y tráeme el dedal...». Más tarde: «Rumalda, la seda negra que está en mi costurero...». En la buñolería, que a eso de las diez apagó sus fuegos, estaba la de los parches al frente de sus menguados despachillos de escarola, perejil y lechugas.

Por eso aquella tarde, se oyeron muchas veces sus vehementes gritos de mando: « Rumalda, a la botica. Rumalda, a casa de la tía Pistacha... que te de aquellos polvos...». En estos y otros lances, recibió una visita altamente honrosa.

Rumalda, no tengo tabaco dijo el atleta ; bájate al estanco... pronto, chica.... Pues como iba diciendo, si a un hombre como yo, que es todo pólvora, se le hubiera preguntado con decencia dónde había pasado el día y qué negocios traía con el futraque, el hombre habría contestado como un caballero. ¡Si aquí no hay misterio...! Que un señor, a quien conocí en casa de D. Felicísimo, viene a buscarme y me dice: «Sr.

Su cara de hambre y miseria, su aspecto de cansancio no excitaban la compasión de aquellos caballeros andantes de la plebe. Rumalda. Señor. Sube y tráeme las dos pistolas que están colgadas junto a la cama.... Después llevarás el agua a Nazaria. Madre Nazaria no me ha mandado por agua. Ya no tiene sed. Me ha mandado por un cura. Dice que se muere.