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Bien dijo Aviraneta . Nos veremos luego. ¿Y la Pimentosa cómo está? Agria. ¿Qué es eso? Enojada, porque le pica la despensa. ¿Qué quieres decir? ¿Qué despensa es esa? El estómago. Es verdad que padece mi señora males de estómago.... Aguarda, que me voy contigo.

¡Y está sangrando el canalla! dijo la Pimentosa lanzando de su boca esas chispas de risa que saltan entre las llamas de la ira iluminando el rostro . Parece un Decehomo. No es nada, no es nada dijo Tablas llevándose a la frente un pañuelo que le dio el fenómeno. Rumalda gritó la giganta , baja y trae un poco de vino y aceite.

Vamos, vamos dijo Tablas contoneándose otra vez , que hoy estoy tan bromista, que si me tocan, por cada dedo me sale un tiro. Lo que a ti te sale es el aguardiente que has bebido. ¡Nazaria!... Úrgame tanto así, y verás lo que es canela. ¡Nazaria!... ¿En dónde has estado hoy? dilo pronto gritó la Pimentosa hablando a borbotones . ¿Quién es ese futraque que vino a buscarte?

¡Ah!... ¡re-sangre! si digo que voy a echar al gato esa lengüecita... dijo Tablas abalanzando sus pesadas manos hacia la cara de la Pimentosa. Quita allá esas aspas de molino replicó ella rechazando con extraordinaria energía las manos de su hombre. Maldita sea la hora.... Bramando así con insensata ira, Tablas hizo un gesto, o instantáneamente enganchó en su garra el moño negro de la giganta.

¿Veis? gritó mostrando el puño . Todo el mundo lo dice.... ¡Han envenenado las aguas! Inquieto, feroz y pequeño, Timoteo tenía todas las apariencias del chacal, la mirada baja y traidora, los músculos ágiles, el golpe certero. Atacaba de salto. Era el mismo a quien vimos haciendo buñuelos en la tienda inmediata a la gran carnecería de la Pimentosa, de quien era protegido, lo mismo que su mujer.

Tenía treinta y tantos años y era viuda de un opulento negociante de Candelario. Por qué la llamaban Pimentosa es cosa que no se sabe; pero algunos decían que picaba mucho y levantaba ampolla a la manera de guindilla. Se podía ir a la tienda por verla despachar.

En aquellos momentos necesitaba mucho aire. Tablas dio algunos pasos hacia ella, y echándose ambas manos a la estrecha cintura, se meneó a un lado y otro como muñeco de goma, y escupió estas palabras: ¡Cristo!... si habré dicho alguna vez que no quiero clerigones en casa.... ¿Por qué los has recibido? Pimentosa echó mano de un abanico y replicó así: Porque me ha dado la real gana.... En paz.

Esta era muy humilde; pero Nazaria, que tenía instintos de embellecimiento doméstico, la había arreglado de modo que pareciese menos fea de lo que realmente era. Estaba la Pimentosa postrada en desvencijado sofá. Había desmerecido tanto su persona desde el año anterior que no parecía la misma.

La Pimentosa comió abundantemente, como solía hacerlo, y antes de dormir la siesta mandó al fenómeno que bajase para ver si Tablas estaba en la taberna de la calle de las Maldonadas. Malísimo humor tenía la señora por aquella tardanza de su hombre, aunque acostumbrada estaba a tales ausencias y a otras mayores.

Di , parlanchín gritó una voz detrás del corrillo . ¿Se ha muerto también la Pimentosa? Para eso va. Esta mañana despertó con el mal. ¿Ha bebido agua? Ha tomado los mismos polvos como medicina. Una exclamación de horror acogió esta terrorífica aseveración. ¿Quién se los ha dado? Curas y frailes que todos son unos.