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Manos Duras había desaparecido en la callejuela inmediata, y hasta los dos policías, juzgando inútil su vigilancia, se iban alejando hacia el boliche. Otra vez sonó la puerta del salón bajo los discretos llamamientos de Sebastiana. Ahora entró más resueltamente, pero hablando en voz baja y sonriendo con una expresión confidencial. ¿Ha venido el señor? preguntó Elena.

Pero allá hay presidios dijo uno . Allá hay policías. No serán más bravos que los seviles y los carabineros de nuestra tierra contestó el Morenito con arrogancia . Yo lo que es eso... ¡Bah! ¡Me los como! Pero los indios no se dejarán zurrar así como así arguyó otro. Deben ser gente brava... gente salvaje. A ésos dijo el matón despectivamente , a ésos también me los como.

Doval, jefe de policía de Barcelona, quien, para sondear a los detenidos en el Manuel Calvo, proponía que se introdujeran entre ellos, fingiéndose rusos, cinco o seis policías españoles. Yo no creo que un policía español pueda fingirse ni siquiera portugués. Decirle que se finja ruso a un policía que gana diez pesetas diarias es algo así como decirle que se finja gran filósofo.

Las policías de Londres, París y Nueva York, dotadas de mil recursos preciosos, no tiene nada de extraño que puedan encontrar un delincuente dos horas después de haber cometido el delito: lo admirable sería que pudiesen hacerlo aquí.

¡Los fletes nuestros y nuestras pilchas mejores, serían la presa de los piquetanos que nos habían cazado como a chorlos! ¡Ahí quedaban entre sus garras hambrientas! Siempre he pensado, después, que estos procedimientos son el origen de ese odio ciego, de esa invencible antipatía que los soldados de línea sienten por las policías rurales, y que los hombres observadores no alcanzan a explicarse.

Como Rojas insistiese en sus protestas, don Roque añadió para calmarle: Voy á ver si esta vez consigo probar su delito. Le «garanto», don Carlos, que haré cuanto pueda. Y se lamentó de los escasos medios coercitivos de que podía disponer. Toda la tropa á sus órdenes eran cuatro policías indolentes, con uniformes viejos y sin más armas que largos sables de caballería.

Después de haber hecho huir á los policías, y mientras su servidumbre medrosa escapaba también fuera de la vivienda, Ra-Ra le habló desde el fondo del bolsillo que le servía de refugio. Consideraba prudente no quedarse allí. Ya había hecho bastante el gigante para defenderle de sus enemigos. Debía dejarlo escapar antes de que llegasen fuerzas más considerables.

En una redada que echaron los policías, cogieron a Nina y al otro, y les zamparon en San Bernardino.

Flimnap, después de muchas preguntas, sacó la conclusión de que el gigante no había matado á ninguno de los que consideraba sus enemigos. Felizmente para éstos, su pequeñez les había hecho escapar del único golpe que el gigante tiró con su árbol contra el grupo de policías.

¡Bronca en el 3! gritaban alegrementeAhora riñen en el 5! Siguiendo el impulso contagioso de las muchedumbres, todos se agitaban y se ponían en pie, queriendo ver por encima de las cabezas de los vecinos, sin poder distinguir otra cosa que la lenta ascensión de los policías, los cuales, abriéndose paso de grada en grada, llegaban al grupo en cuyo seno se desarrollaba la reyerta.