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Entonces se acordó de ti, mi querida prima; lanzó un suspiro y se le cayó de las manos la formidable pluma; peinó, alisó y cubrió de pomada la cabellera serpentina de su Némesis, y yo me he escapado de una buena, gracias a los hermosos ojos de mi prima. Pero añadió Rafael viendo entrar a Stein , aquí viene la más preciada de las piedras preciosas ; piedra melodiosa como Memnon.

A la siguiente mañana, no repitió Mariano sus exigencias de la noche de Navidad. Estaba de buen humor, alegre, saltón, inquieto y condescendiente. Gozosa también Isidora de verle sin las siniestras genialidades de la pasada noche, hízole mil caricias, le vistió, le arregló, púsole una elegante corbata, que ha días tenía para él, le peinó, sacándole raya, y cuando estuvo, a su parecer, bastante acicalado y compuesto, llevole delante del espejo para que se viera, y le dijo: «Ahora que estás hecho una persona decente».

Y después de pensar y resolver esto, se vistió y se peinó lo mejor que supo, y no volvió a poner en tela de juicio puntos de honra, peligros, ni compromisos de los que D. Víctor tanto gustaba ver en versos de Calderón y de Moreto.

Y arrastró riendo al chico, que caminaba ahora de bonísima gana, hacia una fuente próxima, y allí le lavó y le peinó con las manos todo lo esmeradamente que pudo. Pues digo que, por estos y otros síntomas semejantes, me parecía que la hermana no estaba haciendo una esposa de Cristo modelo; esto sin tratar de ofenderla.

Fué a su cama, le sacudió y le dijo: Príncipe, despierta, yo soy tu esposa. He gastado los zapatos de hierro según me has pedido. Ahora te he encontrado; pero si no me reconoces te casarán con otra. 175 Pero él no despertó y al día siguiente la sacaron de allí y ella se fue otra vez al jardín. Sacó su peine de oro y se peinó.

JULIAN DE ALMENDARIZ no reusa, Puesto que llegó tarde, en dar socorro Al rubio Delio con su ilustre musa. Por las rucias que peino, que me corro De ver que las comedias endiabladas Por divinas se pongan en el corro. Y á pesar de las limpias y atildadas Del comico mejor de nuestra Esperia Quieren ser conocidas y pagadas.

Señor, peino mis cabellos péinolos con gran dolor, que me dejéis a sola y a los montes os vais vos. Esa palabra, la niña no era sino traición. ¿Cuyo es aquel caballo que allá bajo relinchó? Señor, era de mi padre, y enviáralo para vos. ¿Cuyas son aquellas armas que están en el corredor? Señor, eran de mi hermano, y hoy os las envió. ¿Cuya es aquella lanza, desde aquí la veo yo?

«¡Virgen del Carmen! exclamó para Rosalía . ¡Con qué gente me he metido!... Si el Señor me saca en bien de este mal paso, nunca más volveré a dar otro semejante». Celestina dijo la mellada en tono amistoso , ¿y yo no me peino hoy? La otra explicó su tardanza con lo mucho que tenía que hacer.

Y se fue el médico, con sus anteojos y su reloj. Requerida por Lita, miss Mary salió a comprar las agujas de madera y lana blanca, celeste y rosada. Se hizo esperar mucho, ella también. Pero, mientras volvía, la madre vistió a Lita, la lavó, la peinó, le puso agua de Colonia y la sentó en su silla rodante.

No os podéis imaginar con qué tierna solicitud, con qué piedad respetuosa Germana le obligó a tomar algún dinero y la duquesa le vistió y le peinó para que fuese a cenar fuera de casa. Volvió a las dos de la madrugada. Su mujer y su hija oyeron unos pasos desiguales en el corredor. Pero ni una ni otra abrieron la boca y procuraron hacerse creer mutuamente que dormían.