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Y en cuanto a esas ropas que encarga al sastre de Flitton, son de un corte bastante pobre para ser pagadas el doble.

Unas le parecían tontas, coquetas, feas, sin gracia; otras, aunque bellas, superficiales y vanas; algunas, buenas muchachas, pero de «mala rama», como decía la enferma, esto es, de familias desconceptuadas e incorrectas; cuales simpáticas, pero de mala educación; cuales bien educaditas, pero vanidosas y muy pagadas de su letra menuda. ¡La educación! decía ¡la educación antes que nada!

Mucho me hubiera sorprendido hace diez años el que me hubiesen profetizado, que ese viejo notario, cuyo lenguaje formalista y seca política, nos divertía tanto, á mi padre y á , había de ser un día el oráculo de quien esperara el decreto supremo de mi destino... Hago lo posible para ponerme en guardia contra esperanzas exageradas; he calculado aproximativamente que, pagadas todas nuestras deudas, nos quedará un capital de ciento veinte á ciento cincuenta mil francos.

Sobre el terreno de las operaciones los regimientos se achicaban hasta convertirse en partidas; los miles de combatientes bajaban á ser centenares; y los caballos, que debían estar próximos á morir de un reventón, según las montañas de forraje que llevaban consumidas a juzgar por las cuentas pagadas por el Ministerio de la Guerra , eran escuálidos jamelgos que pastaban en los campos de los particulares, alimentándose á la ventura con lo que podían encontrar.

Hubo muchas expediciones, unas pagadas por los regidores de la isla, otras de particulares, pero todas sin éxito; y la gente, cada vez más convencida de la existencia de San Borombón, achacaba estos fracasos a la impericia de los expedicionarios antes que renunciar al encanto de lo maravilloso.

Por eso luchando entre el agradecimiento i la justicia que de él se esperala i se temia, ordenó que fuese preso don Juzaf; i visto que los delitos, de que era este judío acusado, llamaban un rigoroso castigo, impúsole la pena de satisfacer á su corona la cantidad de cuarenta mil doblas, las cuales fueron pagadas en el término de veinte dias.

La reina continuó: Y he descubierto una cosa que me ha llenado de alegría, que ha abierto mi alma á la esperanza y á la felicidad: el rey me ama. ¡Oh, , me ama con toda su alma! y yo... ¡oh, Dios mío! para vos, padre Aliaga, que tenéis las virtudes y la pureza de un santo, he tenido abierta por completo mi conciencia, mi alma de mi mujer; vos no sois mi confesor, pero sois más que mi confesor, mi padre; yo os había dicho que no amaba al rey, á mi Felipe, al padre de mis hijos... ¡oh! y os lo decía como lo sentía... yo estaba irritada, humillada, abandonada; habían pasado días y semanas y meses sin que yo viera á su majestad más que en los días de ceremonia, delante de la corte, rodeada de personas pagadas para escuchar mis palabras; yo no era allí más que la mitad de la monarquía; la reina cubierta de brocados, con el manto real prendido á los hombros, con la corona en la cabeza; una mujer vestida de máscara presentada á la burla de la corte; después de la ceremonia, el rey se iba por un lado con su servidumbre, y la mía me traía como presa á mi cuarto... esto me irritaba.. me indisponía con todo... hasta conmigo misma...; pero anoche... cuando vi al rey delante de ... ¡oh Dios mío! comprendí que le amaba más que nunca, que mi amor no se había borrado, sino que había dormido, que había estado cubierto por mi despecho.

JULIAN DE ALMENDARIZ no reusa, Puesto que llegó tarde, en dar socorro Al rubio Delio con su ilustre musa. Por las rucias que peino, que me corro De ver que las comedias endiabladas Por divinas se pongan en el corro. Y á pesar de las limpias y atildadas Del comico mejor de nuestra Esperia Quieren ser conocidas y pagadas.

Rosalía no las hubiera oído quizás con gusto si no le inspirara indulgencia la consideración de que las merecía muy bien y de que en cierto modo la sociedad tenía con ella deudas de homenaje, que hasta entonces no le habían sido pagadas en ninguna forma. Venía a ser Pez, en buena ley, el desagraviador de ella, el que en nombre de la sociedad le pagaba olvidados tributos.

Además, esas señoras han estado verdaderamente encantadoras y llenas de deferencias por ; y una reserva inoportuna hubiera podido perjudicarte... Es posible... Y hacerte perder tu situación. Liette no respondió. Era, en efecto, una suerte inesperada en su desgracia el haber encontrado aquella plaza fija y bien retribuida, que le evitaba las lecciones sueltas, tan ingratas como mal pagadas.