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Teníale formalmente prohibido el tomarla en brazos, jugar con ella, y en general acercarse cuando no se lo mandasen: pero nuestro Miguel, desafiando las iras de la brigadiera unas veces, y otras burlando su vigilancia, pasaba largos ratos con ella, haciendo payasadas para verla reír, o acariciándola buenamente.

Había observado que las payasadas de Antonio le caían en gracia y aceptaba sus lisonjas con gratitud. Á fuerza de machacar el hierro se dobla... Sintió calor en las mejillas. La atmósfera de la cervecería le sofocaba. Se levantó, pagó y salió á la calle. Soplaba ya la brisa fresca de la noche.

Mira, Pablo, si has de seguir haciendo payasadas, más vale que te vayas con Piscis. A su vez Pablito se pone fosco. Me iré cuando se me antoje. ¡Siempre has de ser la que todo lo eche a perder! Quería decir con esto el joven Belinchón, que sólo su hermana Ventura se empeñaba en desconocer el ingenio con que el cielo le había dotado. Y así era la verdad.

Gozaba de algún renombre en los laboratorios de su patria... Y estaba allí aguantando las enjabonaduras y payasadas del barbero, estremeciéndose bajo las rociadas de los negros, sin conocer lo grotesco de una situación que hubiese irritado a otros, satisfecho tal vez de contribuir al regocijo de esta muchedumbre fatigada por la monotonía del Océano.

Si la cinematografía no hubiese de dar en el curso de su desarrollo otras cosas que el sainete grotesco é inverosímil que hace reir con payasadas de clown, ó las historias de ladrones y detectives, yo abominaría de ella, como lo hacen muchos.

Elogiaban mucho el traje; pero más aún la figura. Decían que no había ninguna niña en el baile que pudiera competir con la frescura de usted; que tenía usted un cutis como raso, cada día más terso y brillante. ¡Jesús, qué tontería! Esas son payasadas, Emilio. En otro tiempo, no digo.... No, Pepa, no; el cutis de usted es proverbial en Madrid. Ya daría Irene algo por tenerlo como usted.

Le venían ganas atroces de gritar a los oradores: «¡Burros, pollinoscomo acostumbraba a hacer en el Saloncillo, o de fulminar contra ellos uno de esos sarcasmos feroces que levantan roncha. «Aquellas payasadas» le habían revuelto la bilis. No era milagro. Ya conocemos la gran virtud de segregación que el hígado del ex marino poseía.

Bien dice el refrán que la ociosidad es madre de todos los vicios. Si hubieses ingresado en la Escuela de Marina como yo te aconsejaba, a estas horas serías ya guardia marina de primera, y estarías corriendo el mundo sin pensar en tales payasadas. Gonzalo se calló, pero no dejó de seguir leyendo sus métodos de fabricación.

Los viejos aficionados protestaban sordamente. ¡Monerías! ¡payasadas que no se hubieran tolerado en otros tiempos!... Pero tenían que callarse, abrumados por el griterío del público. Cuando sonó el toque de banderillas, la gente quedó en suspenso al ver que Gallardo quitaba sus palos al Nacional y con ellos se dirigía hacia la fiera.

Entre aquellos dos niños el uno grande y el otro chico nació súbitamente una tierna simpatía. Cuando la niñera quiso tomarle de nuevo en brazos Paquito se resistió fuertemente, persistiendo en agarrarse al cuello del marqués, que entusiasmado con tal preferencia no cesaba de acariciarle y divertirle con todo el repertorio de sus payasadas.