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A un lado abríase un espacio semicircular que servía de cuadra. Las paredes eran de madera carcomida procedente de los derribos, con los intersticios rellenos de paja y trozos de periódicos; del techo pendían unas telarañas inmensas, monstruosas, ondeando como banderas ennegrecidas por el polvo, cubriendo las paredes como las muestras de una tienda de trapos.

Los lugares bajos se ven siempre revestidos de sensitivas de flor rosada, miéntras que en los parages algo mas secos abunda una planta, cuyos tallos tienen la forma de un abanico, y están coronados de penachos blanquizcos, que ondeando uniformemente al capricho del viento contrastan con las mimosas en flor, con el lambaiva de azucarados racimos, ó con las enredaderas que cuelgan por todas partes de los gajos entrelazados con las palmeras.

Las aguas, ondeando suavemente, tomaban reflejos de oro. A intervalos sonaba cada vez más lejos el grito desesperado de aquella pobre mujer, desgreñada y loca, que las amigas empujaban a casa. ¡Antoñico! ¡Hijo mío!

Fortunata vio largo rosario de coches como culebra que avanzaba ondeando; y al mismo tiempo otro entierro subía por la rampa de San Isidro, y otro por la de San Justo. Como el viento venía de aquella parte, oyó claramente la campana de San Justo que anunciaba cadáver. «Estará con su papá pensó ella , y aunque al volver me vea, no ha de decirme nada».

18 Y tentaron a Dios en su corazón, pidiendo comida al gusto de su alma. 19 Y hablaron contra Dios, diciendo: ¿Podrá Dios ponernos mesa en el desierto? 20 He aquí ha herido la peña, y corrieron aguas, y arroyos salieron ondeando: ¿Podrá también dar pan? ¿Aparejará carne a su pueblo? 21 Por tanto oyó el SE

Ni la mirada de Isabel I, al ver los castillos y leones ondeando por primera vez en las almenadas torres de Granada, ni la de Napoleón I al admirar las pirámides, ni la de Luís XIV al mirarse á mismo, al decir que la Francia era él, retrataron la intensidad que se verificó en la del capitán al divisar el campanario de la iglesia del pueblo, cuyos destinos hasta cierto punto estaba llamado á regir y gobernar.

El látigo chasqueó y nos pusimos en marcha, pero cuando llegamos al camino real, la diestra mano de Yuba-Bill hizo que los seis caballos cayeran sobre sus patas traseras y la diligencia se paró bruscamente: allí, en una pequeña eminencia junto al camino, estaba Magdalena, flotante el cabello, centelleantes los ojos, ondeando el pañuelo y entreabiertos sus labios por un último adiós.

Además, los Febrer avecindados en la isla y que no eran de la Orden de Malta se embarcaron en la escuadra con doscientos caballeros mallorquines, ansiosos de conquistar Argel, nido de piratas. Las trescientas galeras salieron de la bahía, ondeando sus flámulas entre el estruendo de cañones y bombardas, saludadas por el gentío aglomerado en las murallas.

La blanca vedija, signo de actividad, repetíase por todo el paisaje, como una nota característica del panorama bilbaíno, avanzando por las quebraduras de la montaña donde están las vías férreas del mineral, resbalando por las dos orillas de la ría tras las chimeneas de los trenes de Portugalete y Las Arenas, ondeando sobre el casco de los remolcadores y de las máquinas giratorias de sus grúas.

Luego, al abrir su ventana, contemplaba un cielo límpido, luminoso, con el esplendor suave del sol invernal, pero el mar estaba agitado, ondeando sin espuma y sin estrépito a impulsos de un viento peligroso. Las lluvias cubrían la isla de un manto gris, en el que apenas se marcaban con indecisos contornos las montañas próximas.