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Después nos contarás la historia de tu baile en casa de madama Scott. Apenas se instalaron mis americanos en París, comenzó una lluvia de oro. Verdaderos par-venus que se divertían en arrojar locamente el dinero por la ventana. Esta inmensa fortuna la poseen recientemente; cuentan que hace diez años, madama Scott mendigaba por las calles de New-York. ¡Mendigaba! Así dicen, señora.

Este distinguido funcionario puso sus condiciones, y aunque excesivas, no asustaron a madama Norton, que sabía se trataba de un hombre de verdadero mérito; mas él, antes de decidirse, pidió permiso para telegrafiar a New-York pidiendo informes, y como la respuesta fuera favorable, aceptó.

Entonces, no sabiendo nuestra verdadera historia, inventaron una a su antojo. El primero contó que yo había mendigado en las calles de New-York, y el segundo, al día siguiente, para publicar algo que causara más sensación, me hizo atravesar circunferencias de papel en un circo de Filadelfia. Tenéis en Francia unos diarios muy originales; verdad es que en América no lo son menos.

Prometed, prometed, sin explicaciones, sin condiciones. Está bien; lo prometo... ¿Vais a responder francamente, por o por no, a las preguntas que os dirija? Responderé. ¿Os han dicho que yo mendigaba en las calles de New-York? , señora, me lo han dicho. ¿Y que había sido amazona de un circo ambulante? Me lo han dicho, señora. ¡Sea enhorabuena!

Ya lo veis, señor cura... porque nosotras también hemos conocido días crueles, porque Bettina recuerda haber puesto la mesa en nuestro pequeño comedor de un quinto piso en New-York, nos encontraréis siempre prontas a socorrer a los que están, como estuvimos nosotras, en presencia de las dificultades y los dolores de la vida... Y ahora, señor Juan, ¿queréis perdonarme mi largo discurso y ofrecerme un poco de esa crema que parece excelente?

Pero yo conservaba siempre en el oído las últimas palabras de mi padre, y no aceptaba... Sin embargo, la miseria iba a obligarme, cuando un día fui a ver a uno de los amigos de mi padre, un banquero de New-York, M. William Scott, que no me recibió solo; junto a su escritorio estaba sentado un joven: «¡Podéis hablar, me dijo, es mi hijo Richard ScottMiro al joven, él me mira y nos reconocemos... «¡Zuzie! ¡Richard!» y nos tendemos la mano.

15 Enero 1900. Manila, 22 Enero 1900. Señores Wm. Dinwiddie, John F. Bass, y John F. MacCutcheon, Corresponsales de "Harper's Weekly", "New-York Herald", "San Francisco Call" y "Chicago Record".

Así me llamabais cuando erais muy niña, cuando estábamos solas en el mundo las dos, cuando os desnudaba de noche en New-York en nuestro pobre cuartito, y os tenía en mis brazos antes de poneros en la cuna, cantando para haceros dormir. Y desde entonces, Bettina, no he deseado más que una sola cosa en el mundo: vuestra felicidad. Por eso os pido que reflexionéis bien.

No sólo velaba con mucha prudencia y habilidad sobre los intereses que había dejado en América, sino que en Francia también se lanzó en grandes negocios, que llevó a cabo en París como en New-York con el mayor éxito. Para ganar dinero no hay nada mejor que no tener necesidad de ganarlo.

Luego se casó con este Scott, hijo de un banquero de New-York. Y de repente, un pleito ganado, les puso entre las manos, no millones, sino decenas de millones. Poseen en alguna parte, en América creo, una mina de plata; pero una mina seria, verdadera, una mina de plata... en la cual hay plata. ¡Ah, ya veréis qué lujo estallará en Longueval!... Todos parecemos pobres en la ciudad.