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Es indudable: si prescindimos de la extension, si esta sensacion, ó idea, ó sea lo que fuere, que sobre ella tenemos, no la realizamos en lo exterior, si no la consideramos como una representacion de lo que existe fuera de nosotros, todo se trastorna; no sabemos qué pensar ni de nuestras sensaciones, ni de sus relaciones con los objetos que las causan: todo da vueltas en derredor, nos falta una de las bases de nuestros conocimientos, tendemos en vano los brazos para asirnos de algun punto fijo, y preguntamos con desconsuelo, si todo lo que sentimos no es mas que una pura ilusion, si serán una verdad las extravagancias de Berkeley.

A la hora de marcha, se oye la campana del práctico, la máquina se detiene y los contramaestres a proa comienzan a sondar. El Antioquía necesita para pasar cinco pies y medio por lo menos. Nos precipitamos todos ansiosos a proa y tendemos ávidamente el oído a los gritos de los sondeadores: «¡No hay fondo!» ¡Nueve pies! ¡Ocho escasos! ¡Seis largos!

Mas hoy, cortados los benditos lazos, estás muy lejos de nosotros, madre, y aquí tendemos hacia ti los brazos porque no hay suerte que sin ti nos cuadre... diste al mundo tus caducas leyes, con cien coronas se ciñó tu frente; hollaste cetros, destronaste reyes, y ebria de gloria se durmió tu gente...

-Si por principales va -dijo Sancho-, ninguno más que mi amo; pero el oficio que él trae no permite despensas ni botillerías: ahí nos tendemos en mitad de un prado y nos hartamos de bellotas o de nísperos. Esta fue la plática que Sancho tuvo con el ventero, sin querer Sancho pasar adelante en responderle; que ya le había preguntado qué oficio o qué ejercicio era el de su amo.

Pero yo conservaba siempre en el oído las últimas palabras de mi padre, y no aceptaba... Sin embargo, la miseria iba a obligarme, cuando un día fui a ver a uno de los amigos de mi padre, un banquero de New-York, M. William Scott, que no me recibió solo; junto a su escritorio estaba sentado un joven: «¡Podéis hablar, me dijo, es mi hijo Richard ScottMiro al joven, él me mira y nos reconocemos... «¡Zuzie! ¡Richard!» y nos tendemos la mano.