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Pero yo conservaba siempre en el oído las últimas palabras de mi padre, y no aceptaba... Sin embargo, la miseria iba a obligarme, cuando un día fui a ver a uno de los amigos de mi padre, un banquero de New-York, M. William Scott, que no me recibió solo; junto a su escritorio estaba sentado un joven: «¡Podéis hablar, me dijo, es mi hijo Richard ScottMiro al joven, él me mira y nos reconocemos... «¡Zuzie! ¡Richard!» y nos tendemos la mano.

Mary seguía temblando, hasta que de pronto sus manos abandonaron el teclado y su cabeza fue a posarse en un hombro de Jaime, como un pájaro que abate sus alas. ¡Oh, Richard!... ¡Richard, mon bien aimée! El español vio sus ojos extraviados y su boca llorosa que se ofrecían; sintió en sus manos las manos frías de ella, le envolvió su aliento.

Os prevengo, pues, que tengo la intención de traerlo... aquí mismo, a este banco continuó, sonriendo, y hablarle, más o menos, como vos lo hicisteis con Richard. La prueba salió bien, Zuzie... sois enteramente feliz, y yo también quiero serlo. Richard, ¿Zuzie os ha hablado de M. Reynaud? , me ha dicho que de ningún hombre pensaba tan bien como de éste, pero...

Un artículo del núm. 117 de la Quarterly review, de Richard Ford, el autor del Manual del viajero en España, sostiene que el personaje histórico, origen de la tradición de El Convidado de piedra, lo fué un Juan Tenorio, mayordomo, nombrado varias veces, de D. Pedro el Cruel, en la Crónica de este soberano.

Me escuchó y respondió: «Necesitaríais veinte a treinta mil dollars, y nadie os prestará esa suma sobre las inciertas probabilidades de un pleito muy complicado; ¡sería una locura! Si sois desgraciada, si necesitáis algún socorro... No es eso lo que pide miss Percival, padre mío, dijo con viveza Richard.

Pero quisiera pagaros ahora mismo; ¡odio las deudas!... Existe un medio, quizá, sin vender los terrenos... Richard, ¿queréis ser mi marido, señor cura dijo madama Scott, riendo, fui yo quien salí al encuentro de mi marido: yo quien le pidió su mano; esto lo podéis decir a todo el mundo, porque es la verdad.

Después de abrazarse tiernamente, varias veces, Richard, dirigiéndose a su cuñada, pregunta riendo: ¡Y bien! ¿cuándo es el casamiento? ¿Qué casamiento? Con M. Juan Reynaud. ¡Ah, mi hermana os ha escrito! ¿Zuzie? No. Zuzie no me ha dicho ni una palabra. Vos, Bettina, me habéis escrito. Desde hace un mes, en todas vuestras cartas, sólo se trata de este joven oficial. ¿En todas mis cartas?

Si dentro de veinte días os digo: «¡Zuzie, estoy segura de amarlome permitiréis que vaya hacia él, yo misma, yo sola, a preguntarle si me quiere por esposa. Es lo que hicisteis vos con Richard... Decid, Zuzie, ¿me lo permitiréis? , os lo permitiré. Bettina besó a su hermana, murmurándole al oído: ¡Gracias, mamá! ¡Mamá, mamá!

Pero no hay que hacerse ilusiones..." Richard Chotin, profesor en la Escuela Superior de Negocios (ESA:

Tres meses después ganamos el pleito, y por los terrenos que, ya sin apelación posible, eran propiedad de las dos, nos ofrecían cinco millones. Fui a consultar a Richard. «Rehusad, y esperad; si os ofrecen esa suma, es porque los terrenos valen el doble.