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Debemos estar prevenidos... Le diré que venga a ver a usted... Es persona de confianza, y ya sabe él que no tiene que decir nada al amigo Rubín». Lo que tenía a Fortunata muy sorprendida y maravillada era el interés que mostraba hacia ella, según le dijo el regente, la viuda de Jáuregui.

Maravillada de la limpieza y altura de estas máximas del Evangelio, Carmen sentía crecer su repugnancia instintiva hacia la existencia y los seres de la casona, y miraba al cielo puro con un inconfeso anhelo de volar, con un callado presentimiento de las alas ligeras y giros alegres, abstrayéndose con delicia en la contemplación de las mariposas y de las aves suspirando con hastío en su cárcel sombría de Rucanto.

Cuando habla contigo también replicó Laura Julio siempre mira así. ¿Saben de quién se ha de enamorar entonces? preguntó Carmen como maravillada. ¡De Adriana! Estoy segura, no por qué. Pero lo dijo con el mismo ligero tono de ironía y como por dar a su amiga una broma amable. Ya tarde llegó Julio y le contaron las amorosas reminiscencias de la abuela.

Pero le sucedía algo inexplicable: a veces pensaba en él con un sentimiento que parecía amor y multitud de apasionadas ideas venían a encantarla. En esos momentos, dominada por un singular arranque de ternura, le escribía cartas de enamorada sumisa. Maravillada de misma, pensaba que el amor la había iluminado de pronto.

Animada por las confidencias, Amparo insinuó que a ella un señorito, un militar, la seguía alguna vez por las calles. Ya quién es chilló la Comadreja . Es el de Sobrado. ¿Quién te lo dijo, mujer? exclamó Amparo maravillada. Todo se sabe afirmó magistralmente Ana . Pero estás fresca, hija. Ese lo que quiere es pasar el tiempo, y a vivir. ¡Buena gente son los Sobrados!

Quedóse Currita desconcertada, como le sucedía siempre con las salidas intempestivas de aquella criatura. ¿Quién había de creer que iba a acordarse de su padre y a pensar en si le habían o no administrado aquel sacramento que le hacía tanta falta?... Echóse a reír muy maravillada. ¡Ca!, si no era eso... era mejor todavía; era una cosa referente a ella misma, lo que mejor le podía suceder, lo que sin duda estaba ella esperando...

Tengo miedo... ¡Bah! iré yo. Adriana se aproximó a la celdilla, fingió entreabrir la cortina, y volvió con una expresión maravillada. ¿Cómo está? le preguntaron. ¡Pelada! Las dos se aproximaron a su vez, caminando de puntillas; el ruedo de sus camisones se estremecía sobre los pies desnudos. Ambas, ávidamente, abrieron la cortina.

Maravillada me quedé al ver con mis propios ojos el incomparable panorama que papá me fue enseñando desde los balcones de esta casa al día siguiente de llegar, de noche y obscura como boca de lobo; de manera que todo cuanto iba viendo aquella madrugada, era nuevo para . ¡Qué mar! ¡qué montes! ¡qué vega! ¡qué puerto!

Si yo me atreviese a traducirle solamente una página, quedaría usted maravillada de la verdad sencilla y familiar del relato; usted vería con qué alegría ingenua habla el poeta del vino tinto y de la carne suculenta: y con qué admiración, de las puertas bien cerradas y de las mesas bien acepilladas.

Juana salió a dar el recado, y volvió en seguida con una carta que puso en manos de doña Luz. Don Gregorio Salinas dijo Juana , me acaba de entregar esta carta, asegurando que será admitido en cuanto usía la lea. Dice que la carta es su credencial. Doña Luz, no bien tomó la carta y miró el sobrescrito, se quedó maravillada. Reconoció la letra de su padre.