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Opino, sin embargo, que en este punto hay también exceso, y que hemos pasado, sin razón, de un extremo á otro, de las aventuras estupendas, increíbles, con que los antiguos narradores sazonaban sus creaciones, al insulso prosaísmo que hoy se advierte. La vida es bella; los hechos tienen un valor absoluto. Son estas verdades á las que rindo culto lo mismo en teoría que en la práctica.

Charlando con su señora de estas cosas, Benina aventuró la idea de que tal vez por aquel torcido sendero de la boda del mequetrefe, vendría la suerte a la casa, pues la suerte, ya se sabe, no viene nunca por donde lógicamente se la espera, sino por curvas y vericuetos increíbles.

El conde la miraba con los ojos húmedos, haciendo esfuerzos increíbles para dominar su emoción. La sentía siempre que se ofrecía a su vista aquella niña. Cuando le tocó la vez no hizo más que rozar con los labios su rostro cándido. Pero Josefina, con el admirable instinto que los niños tienen para saber quién los ama, se colgó a su cuello dándole pruebas de particular cariño.

Juan Pablo sentía increíbles deleites en ir al café, hablar mal del Gobierno, anticipar nombramientos, darse una vuelta por los ministerios, acechar al protector en las esquinas de Gobernación o a la salida del Congreso, dar el salto del tigre y caerle encima cuando le veía venir. Por fin salió la credencial.

Finalmente, padecidos no pocos ni ligeros peligros de perecer, llegaron al río Guapay, donde fueron recibidos de sus moradores con increíbles finezas, y los Caciques Manguta y Fayo les suplicaron vivamente se quedasen en aquel paraje para instruirlos en los misterios de nuestra Santa Fe y enseñarles el camino del cielo.

Tomaba extrañas e increíbles posturas. A veces las piernas en cruz subían por un tablero próximo hasta mucho más arriba de donde estaba la cabeza; a veces una de ellas se metía dentro de la estantería baja por entre dos garrafas de drogas. En los dobleces del cuerpo, las rodillas juntábanse a ratos con el pecho, y una de las manos servía de almohada a la nuca.

Fué por allí que Gonzalo Jiménez de Quesada, conquistador del Nuevo Reino de Granada, penetró en 1536, dominando tan supremas dificultades é increibles peligros, que la historia, para ser justa, debe considerar esa expedición como la mas heróica, la mas extraordinaria que jamas conquistador alguno haya conducido y consumado.

Cuantos cálculos hacíamos para engañarnos unos a otros, resultaban increíbles en presencia de la realidad de tantas horas transcurridas sin saber nada de los ausentes, y, sobre todo, de aquella noche espantable que se venía encima de Tablanca y que, si llegaba antes que ellos, podía considerarse ya como su losa funeraria.

Fue así, sin embargo, y bastante necio don Baltasar para creer en tales increíbles disparates; y alentado por este error suyo, y creyéndose amado, o, cuando no, en camino de serlo, arrojose al otro día a sobornar y corromper a uno de los criados, y a fuerza de dádivas y promesas consiguió que aquel mal servidor consintiese en tomar una carta que le dio para su señora; carta que fue a dar por desdicha en las manos de Lisarda, que no se la dio a mi madre, que si se la diera, en aquel punto hubiera terminado la historia.

Mientras continuó el corso, y en Concordia se prolonga hasta horas increíbles, Nébel tendió incesantemente su brazo hacia adelante, tan bien, que el puño de su camisa, desprendido, bailaba sobre la mano. Al día siguiente se reprodujo la escena; y como esta vez el corso se reanudaba de noche con batalla de flores, Nébel agotó en un cuarto de hora cuatro inmensas canastas.