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Esta era la situación moral de Pecado cuando el comisario de Beneficencia, llevado de un celo que nunca será encomiado bastante, se empinó como pudo sobre una piedra, y asomando la cabeza y hombros por encima de la tapia, dirigió al criminal su autorizada y en cierto modo paternal palabra, diciendo: «Mequetrefe, sal pronto de ahí, o verás quién soy».

Charlando con su señora de estas cosas, Benina aventuró la idea de que tal vez por aquel torcido sendero de la boda del mequetrefe, vendría la suerte a la casa, pues la suerte, ya se sabe, no viene nunca por donde lógicamente se la espera, sino por curvas y vericuetos increíbles.

¡Fruta nueva! decía ; dejaría ella de ser hija de Eva si no le petase la novedad. ¡Un mequetrefe! ¡Veinticuatro años y ya con tres galones! ¿Cuándo se ha visto tal prodigalidad de grados? ¡Hace cinco o seis años que iba a la escuela y ya manda un Regimiento! Sin duda vendrán a decirnos que ganó sus grados con acciones brillantes.

Por eso había que vivir alerta. ¡Semejante mequetrefe, ignorantón y atrevido!

En estas visitas solía ver, por la puerta entreabierta del recibimiento, a su cuñada Gregoria, con su aire orgulloso y muy compuesta siempre, a pesar de sus canas y su obesidad; un día tropezó en la escalera con Jacintito, que bajaba los escalones de dos en dos, silbando, de habano y bastón, y no le miró, porque le chocaba mucho este mequetrefe, que jugaba en la Bolsa y tiraba el dinero, que no sabía ganar.

En poco estuvo que no se desvergonzase con aquel mequetrefe; pero el temor de la cárcel la contuvo. Sin embargo, a pesar de su paciencia, no estuvo en mucho que fuese. Si no llegan a la sazón el duque de Requena y Rafael hubiera sido más que probable. Salabert entró resoplando como de costumbre. A este resuello debía, quizá, parte del respeto que en todas partes inspiraba.

Mirosté a ese Pi... un mequetrefe. ¿Y Castelar?, otro mequetrefe. ¿Y Salmerón?, otro mequetrefe. ¿Roque Barcia?, mismamente. Luego, si es caso, vendrán a pedir que les ayudemos, ¿pero yo...? No me pienso menear; basta de yeciones. Si se junde la Repóblica que se junda, y si se junde el judío pueblo, que se junda también».

Pero si le decían que todo el furor religioso carlino de tales héroes no era más que una pantalla para encubrir contrabando, entonces el enfermo sacaba los puños de entre las sábanas, llamaba al cirujano mequetrefe, y decía a su hermano: eres un intrigante forrado en masón. Márchate de aquí y déjame solo. Me estorbas, te juro que me estorbas.

En una ocasión, después de cobrar en juicio a un casero que debía tres años, recibió, al atravesar un bosque, tal pedrada, que llegó a su casa sin sentido, agarrado a la crin del caballo. ¡Y a un hombre así venía a pedirle cuartos un mequetrefe, aquel señorito bobo, de que nunca le había hablado más que con desprecio el Sr. D. Juan Nepomuceno!

«¿Quién es ése? le preguntó Mariano. Un tipo, un mequetrefe repuso ella sin mirar a su hermano, señales claras por donde manifestaba estar aún dentro de la esfera de atracción del pensamiento que la dominaba. Dame más turrón, marquesa exclamó el muchacho. ¿Por qué me llamas así? preguntó Isidora bruscamente, despertando de su mental sueño. ¿Es apodo? ¡Puño!... ¿Y por qué te pone motes ese gatera?