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Repentinamente, no qué impulso hizo fijar mi vista en una pequeña placa de metal sobre la puerta de una sucia habitación. Leí el letrero: "Dr. Idiáquez, homeópata", y casi sin pensar en lo que hacía, penetré en la casa y subí la destartalada escalera. El Dr. Idiáquez era un hombre vulgar y demacrado, y su consultorio una guardilla sucia y miserable.

Era el homeópata madrugador y comenzaba muy temprano sus visitas. Bonis le encontró vestido y acicalado, como para ir a pagar la visita a un embajador, que así era como él siempre se vestía para acercarse a la cabecera de sus enfermos.

Dos hilos de sangre negra manchaban su labio superior, y tenía la mano izquierda crispada contra el pecho. Como ya murió el célebre homeópata Dr. Idiáquez, puedo divulgar el secreto que me impuso bajo mi palabra. Hace precisamente diez años que principió la extraña dolencia que motivó mi visita a aquel facultativo, y cuya rápida curación fué el primer escalón de su fama.

Un tomo en 8.º, 26 rs. en Madrid y 30 en provincias, franco de porte. HIRSCHEL. Guia del Médico homeópata á la cabecera del enfermo y Repertorio de terapéutica homeopática. Traducida del aleman al francés por el Dr. Leon Simon, hijo, y de este al español, por D. Silverio Rodriguez Lopez. Madrid, 1859. Un tomo en 12.º, 16 rs. en Madrid y 18 en provincias, franco de porte.

No podía sospecharlo. El inopinado personaje era un hombre como de cuarenta años, que procuraba disimular más de diez; más bajo que alto, delgado, a su modo esbelto, de largo levitón-gabán, muy ceñido y de color manteca, sombrero de copa de anchas alas; su rostro era blanco, anémico; los ojos azules oscuros, vivarachos, y, al quedarse quietos, penetrantes; usaba gafas de oro, largas patillas, tal vez untadas de negro; tenía labio fino y mano pulida, pie pequeño y bien calzado; era homeópata, y muy sentimental; a pesar de la homeopatía, que profesaba acaso por moda y para el vulgo de las damas, era especialista en partos y en enfermedades de la matriz y de la mala educación de las señoritas y señoras que las hacía aprensivas, antojadizas, caprichosas.

JAHR Y CATELLAN. Nueva Farmacopea homeopática, ó Historia natural y preparacion de los medicamentos homeopáticos, y Posologia, ó de la administracion de las dósis. Segunda edicion, revisada y considerablemente aumentada, con 135 figuras intercaladas en el testo; traducida al español por D. Silverio Rodriguez Lopez, médico homeópata. Madrid, 1860. Un tomo en 8.º, buena impresion, con 135 grabados.

Encontró medio de interrogarle delante de siete u ocho personas sobre el punto que la preocupaba. Doctor le dijo , usted que todo lo sabe, ¿quiere decirme si los tísicos pueden curar? El homeópata le respondió galantemente que ella no tendría nunca nada que temer de tal enfermedad. No se trata de repuso . Es que me intereso vivamente por una pobre niña que tiene los pulmones destrozados.

Segunda parte: Repertorio terapéutico y sintomatológico, ó tablas alfabéticas de los principales síntomas de los medicamentos homeopáticos con avisos clínicos; traducido del francés al castellano de la última edicion, por D. Silverio Rodriguez Lopez, médico homeópata. Segunda edicion española. Madrid, 1858, 4 tomos en 8.º, 80 rs. en Madrid y 96 en provincias, franco de porte.

Ese respetable señor que va elegantemente vestido, no es médico pero es un homeópata sui generis: profesa en todo el similia similibus... El joven capitan de caballería que con él va, es su discípulo predilecto... Ese con traje claro que tiene el sombrero ladeado, es el empleado S cuya máxima es no ser nunca cortés y se le llevan los diablos cuando ve un sombrero puesto sobre la cabeza de otro; dicen que lo hace para arruinar á los sombrereros alemanes... Ese que llega con su familia es el riquísimo comerciante C que tiene más de cien mil pesos de renta... pero ¿qué me dirás si te cuento que me debe todavía cuatro pesos cinco reales y doce cuartos?

Esto lo había aprendido de su mujer, que por gota de más o de menos, vertida por él con pulso trémulo, en una cucharilla de café, le había puesto como un trapo en infinitas ocasiones. En suma, respetaba en el Sr. Aguado la ciencia oculta, al favorito de su mujer, al homeópata y al partero que él había soñado cuando había acariciado la esperanza de tener un chiquillo.