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Mi deber, el deber que había prometido cumplir al moribundo cuya vida había sido un romance secreto, era asumir el carácter de protector de Mabel, y no convertirme en su amante y así sacar provecho de su fortuna.

Mi corazón sufre hasta convertirme en un alucinado. ¡Ella no pensaba en nada al darme por última vez la mano!... ¡Pero yo, yo! ¡Con tal que no haya sentido el estremecimiento de la mía! ¡Si por mis imprudencias fuera a perder su confianza! ¡Ah, no; todo menos eso!

Claro apareció en mi conciencia el amor que me habías inspirado, y cuán abominable lo hacía la gran diferencia de nuestra edad, más propia que para convertirme en amiga o en esposa tuya, para prestarme, con relación a ti, por manera espiritual, el casto y limpio carácter de madre. »Yo, con todo, no supe resistirme.

Yo comprendo, yo comprendo, mon pauvre ami; los Padres te han convertido.... El que se rió ahora fué Belarmino, y de la mejor gana: ¿Convertirme? ¡Qué proyectil! Belarmino juntó en un racimo las yemas de la diestra mano, se las llevó al entrecejo y silabeó confidencialmente: ¡El Inteleto! Y luego, cambiando de tono: Algo me he ayudado con un libro de los Padres.... ¿Te lo prestaron?

Eran las cinco y a las doce volvería a convertirme en Rodolfo Raséndil, transformación a la cual me referí chanceándome. Y afortunado será usted comentó Sarto, si a las doce no es el finado Roberto Raséndil. ¡Vive el cielo! No sentiré mi cabeza segura sobre los hombros mientras se halle usted en la ciudad. ¿Sabe usted, amigo Raséndil, que el duque Miguel ha recibido hoy noticias de Zenda?

Tienen con todo una muy importante significación, que no mengua sino crece, aunque se suponga trivial y vulgarísimo cuanto se dice en ellas. Yo soy, sin duda, quien lo dice; pero, por lo mismo que lo dicho es vulgar, quien lo piensa y lo siente es una no pequeña parte del público, de la cual vengo así á convertirme en órgano, representante y heraldo.

¡Podía convertirme en un millonario, como había sucedido con su difunto dueño! Una vez arregladas todas las cartas en el orden correspondiente: las ocho de copas, las ocho de espadas y las ocho de oros debajo de las ocho de bastos, tomé un lápiz y escribí la primera letra de cada carta.

En cuanto a convertirme en un perezoso, debe usted renunciar; sería hacerme un mal servicio. Mi trabajo es mi sola razón de ser. ¿Para qué serviría yo, si no trabajase? Al pronunciar estas últimas palabras, Juan no pudo reprimir cierto acento de amargura, como si se burlase de mismo. María Teresa notó la ligera tristeza que trascendía a través del aire feliz de su amigo.

Me tiene en poco, lo mismo que Chandos, y empieza á convertirme en blanco de sus pullas y cuchufletas. ¿Sabéis la que me lanzó anoche después del torneo? Alababa uno de mis amigos la fuerza de mi brazo y el príncipe tuvo á bien decir que por fuerte que fuera el brazo nunca lo sería tanto como el espinazo de mi caballo. Gracia ésta que fué recibida con gran risa por todos los presentes.

A juzgar por algunas cosejas que compra, debe tener cuartos; pero ni un céntimo gasta para nosotros: sabe que yo llevo el peso de la casa y, sin embargo, parece como que quiere hacerme saltar de ella. Repito que no lo entiendo; pues en cuanto a convertirme, primero me hace rajas.