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Actualizado: 12 de junio de 2025


No era ocasión para entrar en lamentaciones acerca del estado de las cosas. Había cesado de ser un escritor de historietas y de artículos, bastante malos, para convertirme en un Inspector de Aduana tolerablemente bueno. Ni más ni menos.

Mi padre murió, mi madre murió también poco después, y yo, gracias al profesor, conseguí que no me dedicasen á los trabajos forzosos, como tantos otros desdichados de mi sexo. No quise ser una máquina de músculos, pero tampoco me plegué á lo que exigía de el nuevo régimen para convertirme más adelante en la esposa masculina de cualquiera de las mujeres triunfadoras.

Tanto más, cuanto que esta vil seducción parecería inspirarse en una especulación abominable. ¿No se sospecharía que quiero adueñarme de la fábrica de cristales y convertirme en el sucesor de tu padre, solicitando la mano de tu hermana? ¡Eres intratable! Soy sensato. Tu hermana puede aspirar a todo. ¿Quién soy yo para ella?

Nos parecemos mucho, don Francisco; yo soy deforme y vos lo sois también, aunque menos; vos lloráis riendo, y yo río rabiando; vos os mostráis contento con lo que sois, y queréis ser lo que ninguno se ha atrevido á pensar; yo llevo con la risa en los labios mi botarga y siempre alegre sacudo mis cascabeles, y si pudiera convertirme en basilisco, mataría con los ojos á más de uno de los que me llaman por mucho favor loco... ¡Ah! ¡ah! ¡ah! yo, estruendo y chacota del alcázar, llevo conmigo un veneno mortal, como vos en vuestras sátiras regocijadas ocultáis el veneno de un millón de víboras; sois licenciado y poeta y esgrimidor, y aun muchas cosas más.

La verdad es que no me gustaría dejar de ser Diana Gardanne para convertirme en la señora Durand, la señora Dupont o la señora Boucher; se me figura que tendría un aire de vulgaridad espantosa. Pues yo, cuando he soñado en las cualidades que pudiera tener mi marido, nunca he formulado el deseo de que esté adornado con un nombre decorativo. ¡Ahí viene mamá! ¡Buen día, tía! exclamó Diana.

Pues, bueno, te declaro una vez más que te conviertes en instrumento de la desventura de Julia ya que para evitarle una decepción definitiva serías capaz de convertirme en un cobarde criminal y la matarías. ¡No la amo! ¿Lo quieres más claro?

Después de todo, puesto que las mujeres son sensibles a las formas exteriores de una elegancia que se puede comprar ¿por qué no habré tratado antes de parecerme a los que les gustan? Pero loco, triple loco, bien puedo convertirme en el hombre mejor vestido de París y de Londres, mas ella verá siempre detrás de mi traje al huérfano recogido por caridad, al obrero que se quemaba las manos...

Palabra del Dia

irrascible

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