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Actualizado: 16 de julio de 2025


Te amo tanto, que por un cabello tuyo daría cien vidas si las tuviera. El conde pronunció las últimas palabras con una pasión que nadie sospecharía en su temperamento impasible. La bella extranjera sonrió como una diosa que percibe el olor del incienso. Se levantó para añadir un leño al fuego y vino luego á sentarse sobre las rodillas del conde con el silencio y la delicadeza de una gata.

Nadie sospecharía al oírle enterarse tan minuciosamente del escalafón, de las reservas y reemplazos, etc., que aquel hombre les tenía jurado odio eterno. Pero el Jubilado llegó con el tiempo a una distinción que nunca se había atrevido a proponer.

El que bajase a la Puerta del Sol en aquel instante y fuese examinando los rostros de los que subíamos, si no tuviera otros datos, no sospecharía ciertamente a qué lugar siniestro nos dirigíamos. Las fisonomías no expresaban ni dolor, ni zozobra, ni preocupación siquiera. Marchábamos todos con la indiferencia estúpida de un pueblo trashumante que va a establecerse a otra comarca.

Durante el tiempo necesario para las capitulaciones y hasta el matrimonio. Si Clementina te viese continuar viviendo conmigo, como es lista, sospecharía alguna astucia y te daría que sentir. La única probabilidad de éxito que tienes con ella es aparecer enfadado conmigo y que sea yo el condenado á sufrir.

Entre nuestros apuntes de entonces, hemos hallado uno que confirma el cambio de que hablamos, experimentado en las costumbres; porque ¿quién sospecharía que hasta los mancebos más pertinaces viciosos valíanse entonces de las escrituras públicas para procurar la enmienda de sus yerros?

Y menos le ofendía aún don Andrés, el cual sospecharía acaso que él había tenido, hacía más de un año, relaciones con la muchacha; pero en aquel momento le creía, según los informes que le daba doña Inés, decidido pretendiente y casi futuro esposo de la fresca viuda doña Agustina Solís y Montes de Allende el Agua. Don Paco se consideraba obligado a echar la absolución a Juanita y a don Andrés.

Tanto más, cuanto que esta vil seducción parecería inspirarse en una especulación abominable. ¿No se sospecharía que quiero adueñarme de la fábrica de cristales y convertirme en el sucesor de tu padre, solicitando la mano de tu hermana? ¡Eres intratable! Soy sensato. Tu hermana puede aspirar a todo. ¿Quién soy yo para ella?

En cambio, Fray Diego, que en estado normal era un bendito, siempre jovial y chancero, tornábase un diablo disputador y quisquilloso, adquiría de pronto humor guerrero que nadie sospecharía bajo su rostro redondo y plácido de beata ajamonada.

Palabra del Dia

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