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Al lago no había vuelto: un mortal pavor lo invadía al pensar que iba a ver otra vez los únicos lugares donde pudiera decir que realmente hubiera vivido. Temía morir ahogado por la pena al ver las playas de Ouchy, las cuestas de Lausana, la villa Cyclamens, el bosque de Comte, las humildes capillas, el panorama del Leman velado por las nubes y sonriente a, la luz del sol. Por fin, un día fue.

Un alto estado de perfeccionamiento social tiene para él un grave inconveniente en la facilidad con que suscita la aparición de espíritus deformados y estrechos; de espíritus «muy capaces bajo un aspecto único y monstruosamente inepto bajo todos los otros». El empequeñecimiento de un cerebro humano por el comercio continuo de un solo género de ideas, por el ejercicio indefinido de un solo modo de actividad, es para Comte un resultado comparable a la mísera suerte del obrero a quien la división del trabajo de taller obliga a consumir en la invariable operación de un detalle mecánico todas las energías de su vida.

No se mostró ofendida de su confesión de amor, ni había dudado de la existencia de éste. Los falsos pudores, las hipocresías del sentimiento le eran desconocidos. «¿Me creerá usted, así como yo le creole había preguntado. Estaban en la montaña, en el bosque de Comte: más allá de las pendientes frondosas se dibujaban límpidos y tersos el lago, los montes, los paisajes, en la luz deslumbrante.

Esto no quiere decir que yo no experimentara el deseo de decirle cuáles eran mis sentimientos, pero las palabras eran ese día más superfinas que de costumbre. En el bosque de Comte, bajo la luz verde, entre las altas columnas de los árboles, se me aparecía como una prodigiosa flor animada, su belleza florecía como la flor de la vida. El aire estaba lleno de perfumes.

Pone iniciales no más agregó Lola ; pero es claro como la luz.... Y dice, por más señas: «ce digne petit fils du Comte d'Almaviva se ruine en fleurs...» Un coro de risas sofocadas brotó del círculo. Lola sabía decir las cosas con cierto ceceo y cierto parpadeo, que las mejoraba en tercio y quinto. ¿Y ella, qué tal, se ablanda? preguntó Pilar.

Antoñito, que había hecho en su cabeza una especie de pasta filosófica, amasando al padre Taparelli con Augusto Comte, era además un wagnerista furibundo, aunque, la verdad ante todo, en jamás de los jamases había oído música de Wagner. En sus artículos llamaba a todas las cantantes divas, y a toda las obras spartitos. Era severísimo con los artistas cuando no le daban butaca.

Augusto Comte ha señalado bien este peligro de las civilizaciones avanzadas.

En suma, y a fin de terminar este artículo ya sobrado extenso, diré que, precaviéndonos bien para no inficionarnos con alguna herejía o para no exponernos a ir a parar en un manicomio, como Nietzsche o como Augusto Comte, harán muy bien los aficionados a la lectura en comprar y en leer cuantos tomos han salido ya y vayan saliendo de la biblioteca del Sr. Serra.

Apenas si Darwin y Comte tienen uno que otro discípulo infiel. ¿Y cómo iba a escucharse la voz del maestro laico, del filósofo de la libertad, del crítico agudo y mordaz de nuestra patología política y social si aquellas sociedades provincianas son un exponente del pasado hispano-colonial con todos sus prejuicios y rutinas? ¿Podría oírse la voz de Álvarez, su crítica recia y fuerte a todos los dogmas religiosos donde el espíritu manso y serenamente episcopal del padre Esquiú preside la vida de las gentes todavía con sus sermones en olor de santidad?

Desde que nuestro siglo asumió personalidad e independencia en la evolución de las ideas, mientras el idealismo alemán rectificaba la utopía igualitaria de la filosofía del siglo XVIII y sublimaba, si bien con viciosa tendencia cesarista, el papel reservado en la historia a la superioridad individual, el positivismo de Comte, desconociendo a la igualdad democrática otro carácter que el de «un disolvente transitorio de las desigualdades antiguas» y negando con igual convicción la eficacia definitiva de la soberanía popular, buscaba en los principios de las clasificaciones naturales el fundamento de la clasificación social que habría de substituir a las jerarquías recientemente destruídas. La crítica de la realidad democrática toma formas severas en la generación de Taine y de Renán. Sabéis que a este delicado y bondadoso ateniense sólo complacía la igualdad de aquel régimen social, siendo, como en Atenas, «una igualdad de semidioses». En cuanto a Taine, es quien ha escrito los Orígenes de la Francia contemporánea; y si, por una parte, su concepción de la sociedad como un organismo, le conduce lógicamente a rechazar toda idea de uniformidad que se oponga al principio de las dependencias y las subordinaciones orgánicas, por otra parte su finísimo instinto de selección intelectual le lleva a abominar de la invasión de las cumbres por la multitud. La gran voz de Carlyle había predicado ya, contra toda niveladora irreverencia, la veneración del heroísmo, entendiendo por tal el culto de cualquier noble superioridad.