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Yo uno a este suculento recuerdo un buen puñado de episodios juveniles; mi estómago siente una onda sentimental al evocar aquellos arroces, que eran como un paréntesis de encanto en medio de aquellos días menesterosos, en que el más loco y bizarro mocerío florecía en rosas de alegría e imprevisión.

La certidumbre de ser amado por ella le colmaba de una alegría tan límpida, que en su ser no quedaba ninguna otra energía para ningún otro objeto. La esperanza florecía en la sombra, ocultamente. Las palabras no la expresaban porque ella no lo necesitaba: debía, por el contrario, permanecer sigilosamente guardada. Su vitalidad era tan frágil, que no habría resistido al menor choque.

Detrás de ellas la piel florecía con un sinnúmero de costras y escoriaciones, unas secas ya, otras rezumando, con una frescura que atraía á las moscas. Era el hermano encargado de enseñar la casa del santo.

Y Carmen recogiendo del suelo los billetes, fuése a llevárselos a doña Rebeca, que de cierto parecía que andaba algo malucha. Abril florecía.

A pesar de esto, la juventud, con su fuerza primaveral, aún asomaba y florecía por entre estas ruinas de la antigua belleza, dando luz a sus ojos y encanto a su sonrisa.

Y por último, como Rafaela aspiraba a que todo estuviese en consonancia, hizo venir de París el calzado de D. Joaquín, encomendando al Hellstern o al Costa, que florecía en aquel momento histórico, que reforzase con clavitos los tacones y que pusiese los contrafuertes debidos, para que D. Joaquín perdiese la perversa maña de torcer y deformar, como solía, botines y zapatos.

Lo peor era que todos tenian por defectuosa la obra, y que si esta general opinion se confirmaba, de nada iban á servir tan generosos sacrificios. Florecia á la sazon en Valladolid un maestro de obras de gran fama, llamado Diego de Praves: era reputado por el mejor arquitecto de su tierra.

Bien sabían los frailes que el bendito hermano Toribio había muerto hacía más de veinte años; pero la institución creada por él florecía, prestando al glorioso fundador una existencia inmortal y mitológica.

El vicio florecia á la sombra del ocio, con el olvido de las preciosas artes que solo para la utilidad del cura hacian despertar aquellos miserables con el rigor y la violencia. Los gobernadores autorizados testigos de tantos desórdenes, no podian poner remedio por serles prohibido mezclarse en el gobierno económico de los curas, y las quejas y representaciones no alcanzaban la fuerza necesaria

Estaba triste y orgulloso al mismo tiempo por esta aventura romántica que florecía inesperadamente en la existencia utilitaria y monótona de la familia. ¡Un muchacho que tenía un porvenir tan grande en la fábrica de su padre!... A continuación hacía el relato, con voz insegura y ojos húmedos, de las hazañas de su primogénito: herido en Champaña; dos citaciones y Cruz de Guerra. ¿Quién hubiese imaginado que podía ser un héroe?... Ahora su batallón estaba en Salónica, después de batirse en los Dardanelos.