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De allí a poco rasgó los aires el pito de una locomotora que venía lejana, y confundidos con su penetrante silbido empezaron a escucharse cercanos los alegres cantares de los obreros que volvían de su ruda tarea. Era inútil rezar.

Ahora es cuando había llegado aquel amor, tras del cual tanto tiempo había corrido, que tantas lágrimas le había costado. Sus pláticas, aunque fuesen de asuntos indiferentes, tenían un sabor delicado, exquisito. Hablaban horas y horas, sin cansarse, de las cosas más insignificantes, por el placer de verse tan cerca, de escucharse.

Apenas si Darwin y Comte tienen uno que otro discípulo infiel. ¿Y cómo iba a escucharse la voz del maestro laico, del filósofo de la libertad, del crítico agudo y mordaz de nuestra patología política y social si aquellas sociedades provincianas son un exponente del pasado hispano-colonial con todos sus prejuicios y rutinas? ¿Podría oírse la voz de Álvarez, su crítica recia y fuerte a todos los dogmas religiosos donde el espíritu manso y serenamente episcopal del padre Esquiú preside la vida de las gentes todavía con sus sermones en olor de santidad?

De repente saltó otra vez azorado en el asiento, echando mano al revólver: en el cuarto vecino había resonado un salto violento, pasos precipitados, varios golpes en la puerta, y al punto una voz cascada, angustiosa, que gritaba en castellano: ¡Socorro!... ¡Socorro!... Después, con el intervalo de un lamento, volvió a escucharse en francés: Au secours!... Au secours!...

Después de un largo lapso de espera, comenzó a escucharse, a través de las tablas de la alhacena, cavada a medio grueso en el muro divisorio, el rumor de los que iban penetrando en la estancia vecina. No había rendija alguna por donde se pudiese atisbar; pero Ramiro y el Canónigo reconocían fácilmente a los congregados, aun cuando todos bajaban la voz con evidente cautela.

Mire usted dijo Paco al oído de la señora que tenía á su lado con qué energía defiende D.ª Feliciana los perros chicos de su yerno. D.ª Feliciana comprendió por el movimiento de los labios del jugador y por la sonrisa de su compañera que había servido de tema á una burla, y no dijo otra palabra. El juego continuó y volvió á escucharse el cántico de los números en medio de religioso silencio.

Desde el Cabo de Hornos a los límites del Canadá no debe existir otra influencia que la de los Estados Unidos, ni escucharse otra voz que la que se levante en Wáshington. Tal es la idea fundamental, que pronto dará vida y servirá de lábaro a un partido, a cuyo frente no dudo ver aún a M. Blaine, a pesar del estruendo de su caída.

Con la frente bañada en un sudor frío, los ojos extraviados y agarrado fuertemente al árbol, parecía hallarse en presencia de un espectro. Su agonía se prolongó cerca de media hora. Por último, la voz femenina pronunció un adiós y dejó de escucharse. Octavio pudo ver una figura breve y gentil que se deslizaba por la huerta y desaparecía.

El son vibrante de los metales añadía intensidad al canto, que, elevándose amplio y nutrido hasta la bóveda, bajaba después a extenderse, contenido, pero brioso, por la nave y el crucero, para cesar, de repente, al alzarse la hostia; cuando esto sucedió, la marcha real, poderosa y magnífica, brotó de los marciales instrumentos, sin que a intervalos dejase de escucharse en el altar el misterioso repiqueteo de la campanilla del acólito.

Ya los alféizares de las ventanas mostraban un canastillo de labor lleno de hilos y estambres multicolores; ya en la mesa de mármol puesta en el centro de un cenador de enredaderas se veía una sombrilla de seda clara; ya en las sillas de hierro quedaban por olvido los manojos de flores recién cortadas; ya a ciertas horas solían escucharse, amortiguados por cortinajes y persianas, el tecleo de un piano bien tocado y el timbre fresco y penetrante de una voz juvenil, que así sabía expresar la soñadora melancolía de los grandes maestros alemanes como romper en los alegres ritmos de la tierra andaluza.