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Vaca, cura y beneficiado en Toledo; Lupercio Leonardo de Argensola, secretario de la Emperatriz y después del rey de Nápoles; el licenciado Martín Chacón, familiar del Santo Oficio; el Dr. Tárrega, canónigo del Aseo de Valencia; Gaspar Aguilar, secretario del duque de Gandía; Juan de Quirós, jurado de Toledo; el Dr.

Situáronse á un cuarto de legua del pueblo, y al amanecer del siguiente día se vieron brillar á lo lejos las bayonetas de los franceses. La guerrilla les hostilizó con fuegos esparcidos: al principio, los franceses vacilaron con la sorpresa; mas repuestos un poco, atacaron á los nuestros. El combate fué encarnizado. Elías y Chacón se miraron con angustia.

De la acción de Chacón traía un fogonazo en la sien que le había arreado todo el pelo y embutido la pólvora en la cara.

Juan de Quirós, jurado de Toledo, que no debe confundirse con Francisco de Quirós, posterior á él. Navarro, licenciado en Salamanca. El licenciado Martín Chacón, familiar de la Inquisición. D. Gonzalo de Monroy, regidor de Salamanca, distinto del más famoso Cristóbal de Monroy. El Dr. Angulo, regidor de Toledo. El Dr. Vaca, sacerdote y beneficiado en Toledo. Hipólito de Vergara. Ochoa.

Facundo pasa de largo hacia Mendoza, sin curarse de generales, infantería y cañones que a su retaguardia deja. He aquí la batalla de Chacón, que dejó flanqueado al ejército de Córdoba, que estaba a punto de lanzarse sobre Buenos Aires. El éxito más completo coronó la inconcebible audacia de Quiroga.

Un esfuerzo más, y los franceses eran vencidos. Este esfuerzo se hizo: costó muchas vidas; pero los franceses, no queriendo perder más gente, emprendieron la retirada hacia Valencia de Don Juan. El pueblo todo les siguió, con Chacón á la cabeza; pero aún no había andado éste veinte pasos, cuando fué herido por una bala: dió un grito y cayó bañado en su sangre.

Veo lanzas y arcabuces, veo picas y banderas; oigo vítores y pasos en ruidosa confusión, desfilando por mi mente las legiones altaneras de Legazpi y de Salcedo, Lavezares y Chacón. A mis ojos con visiones de centurias idas brindo y me abstraigo de las gentes y costumbres de mi edad, sorprendiendo a don Alonso cuando, al pié del tamarindo, de su esposa Catalina castigó la liviandad.

Una tarde cruzan la ciudad en todas direcciones partidas que están acarreando a un olivar cuantos oficiales encuentran de los que habían capitulado en Chacón; nadie sabe el objeto, ni ellos temen por lo pronto nada, fiados en la fe de lo estipulado.

Son tres veces mas que nosotros! dijo Chacón; pero no importa: ¡adelante!" Retrocedieron hasta la entrada del pueblo: allí la lucha fué horrible. Desde las ventanas, desde las esquinas disparaban los paisanos contra el enemigo, cuyas filas se diezmaban. El coronel mandaba á los suyos con un denuedo sin ejemplo. A la partida unióse al fin el resto del pueblo.

Aquella tarde Chacón abrazaba y besaba tiernamente á su hija, que, al ver llorar á su padre, lloraba también sin saber porqué. El coronel tenía un proyecto, el único que podía darle alguna esperanza de asegurar en lo futuro el bienestar de Clara. Había resuelto entrar en campaña, avanzar en su carrera y seguir á la nación en aquella crisis, seguro de que le pagaría sus servicios.