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La que en el anterior coloquio pronunciara frases altaneras y descorteses tenía por nombre Flora y por apodo la Burlada, cuyo origen y sentido se ignora, y era una viejecilla pequeña y vivaracha, irascible, parlanchina, que resolvía y alborotaba el miserable cotarro, indisponiendo a unos con otros, pues siempre tenía que decir algo picante y malévolo cuando los demás repartijaban, y nunca distinguía de pobres y ricos en sus críticas acerbas.

Veo lanzas y arcabuces, veo picas y banderas; oigo vítores y pasos en ruidosa confusión, desfilando por mi mente las legiones altaneras de Legazpi y de Salcedo, Lavezares y Chacón. A mis ojos con visiones de centurias idas brindo y me abstraigo de las gentes y costumbres de mi edad, sorprendiendo a don Alonso cuando, al pié del tamarindo, de su esposa Catalina castigó la liviandad.

¡Oh, España! ¡Porque en tu alma nos enlazas, Que te troven su amor todas las razas! ¡Y pues sus grandes gestas altaneras Creó el mundo al calor de tus leones, Que te echen flores todas las naciones, Y que te besen todas las banderas!

A cada pitillo que enrollaba, al suave crujido del papel, una cándida esperanza surgía en su corazón. Cuando ella fuese señora, no había de portarse como otras altaneras, que estuvieron allí liando cigarros lo mismo que ella, y ahora, porque arrastraban seda, miraban por cima del hombro a sus amigas de ayer. ¡Quia! Ella las saludaría en la calle, cuando las viese, con afabilidad suma.

Y cien cadalsos ven en el vacío levantando sus moles altaneras, y ven el hacha y el ecúleo impío, y los potros, los hierros, las hogueras, y escuchan de los circos el gentío, mezclando su rugir al de las fieras; más al ver los aprestos del combate su noble corazón con fuego late.

Todas estas perfecciones no han logrado, sin embargo, producir una fisonomía dulce y apacible. La expresión de aquel rostro admirable es dura y siniestra. Su frente está siempre ligeramente fruncida. Los ojos no despiden más que miradas altaneras, como si tuviese al mundo entero postrado á sus pies.

Como en el Andes brama El huracan tremendo, Cuando veloz derrama El trueno ronco estruendo, Y en tanto el polo cruje, Resisten al empuje Sus quicios de cristal; Así del tiempo el vuelo Que abate las barreras, Estiende por el suelo Sus ondas altaneras, Chocando resonantes El muro de diamantes Del alma libertad.