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Después empezó á contar sus proezas á las vigas del techo y acabó diciendo que había matado más ingleses que pelos tenía en la cabeza. Iba yo á despanzurrarlo de un puntapie, cuando este mameluco alargó su manaza y agarrando á Bombardón me lo colgó del gancho como un cochinillo ó un trozo de cecina. ¡Por vida de! ¡Ja, ja, ja!

Aténgome dijo don Cleofás a aquel caballero tasajo que tiene el alma en cecina, que ha echado de ver que es caballero en un hábito que le he visto en una ropilla a la cabecera, y no es el mayor remiendo que tiene, y duerme enroscado como lamprea empanada, porque la cama es media sotanilla, que le llega a las rodillas no más.

Y en verdad que no parecía en toda la comarca mozo más fornido... Su padre, labrador rico de Lorío, lo había criado no con nabos y castañas, sino con sabrosos torreznos de jamón y cecina, con pan de escanda y buenos tragos de vino de Toro que los arrieros de Castilla acarrean por el puerto de San Isidro.

Despues de visperas, se halló que ya no habia para el sustento del ejército mas que un poco de cecina cocida, de modo que no habia víveres sino para un dia, por la ninguna providencia que acostumbran los indios. Se mandó que al dia siguiente se depachase un mensagero á traer reses, y que entretanto se diminuyese la racion á la tropa.

Entregóse en todo con más gusto que si le hubieran dado francolines de Milán, faisanes de Roma, ternera de Sorrento, perdices de Morón, o gansos de Lavajos; y, entre la cena, volviéndose al doctor, le dijo: -Mirad, señor doctor: de aquí adelante no os curéis de darme a comer cosas regaladas ni manjares esquisitos, porque será sacar a mi estómago de sus quicios, el cual está acostumbrado a cabra, a vaca, a tocino, a cecina, a nabos y a cebollas; y, si acaso le dan otros manjares de palacio, los recibe con melindre, y algunas veces con asco.

La mesa sobre que se jugaba era de pino, con tres pies y otro supuesto, que podía pedir limosna como ellos, un candelero de barro con una antorcha de brea, y los naipes con dos dedos de moho hacia cecina , de puro manejados de aquellos príncipes, y el barato que se sacaba se iba poniendo sobre el candelero.

Decidimos que Allen entrara a comprar un poco de pan. Allen volvió en seguida, diciendo que no había nadie. ¿No hay nadie exclamó Ugarte . Pues mejor. Y entró y volvió al poco rato con un pan y un trozo de cecina. Estábamos convertidos en ladrones vulgares, Ugarte se dirigió al puerto. Pero, ¿a qué vamos por aquí? ¿No es mejor ir a la playa? dije yo. Haremos una intentona contestó él.

En aquel desayuno y en la comida del mediodía adquirí dos nuevos datos, que no resultaban de escasa cuenta sumados con los que ya poseía: el pan era de hornadas hechas en la taberna cada media semana, y no había otra carne que la de cecina, con excepción del domingo, en que se mataba una res en el pueblo.

No más cubiletes de cerveza ni medias raciones de cecina, cuanto te veas otra vez en Horla, sino vino gascón á diario y carne asada hasta que te hartes. Lo que en Horla haré, sargento, si allá llego otra vez, está por ver; lo que es que por ahora voy á meter mi casco en esa caldera y á comer cuanto pueda, por si no volvemos á ver un guiso en todo el día.

Por encima de las techumbres de los almacenes vió un patio donde estaban puestas á secar enormes cantidades de carne convertida en cecina. A puñados arrebató esta reserva alimenticia, arrojándola en el cesto que había sacado del bote. También limpió otro patio de los víveres que guardaba formando montones, y los depositó en el mismo cesto sin ningún orden.